Sentir que no has tenido nunca una familia es haber sido excluida del sentimiento de pertenencia a algo duradero, indestructible. Es sentirse siempre una intrusa en las fotos y en las conversaciones; una inútil ante situaciones que los demás han normalizado por pura experiencia o por herencia. Es creerse responsable de las rupturas, de las discusiones; es tener envidia de los que no son como tú. No ser capaz de estructurar tu pasado con un claro comienzo es decir adiós al conocimiento del desenlace; y a caminar por todas las etapas de tu vida olvidándote de los huecos que nadie quiso llenar. Y mientras, se carga con la culpa y se intenta modificar para que parezca menos pesada. Sobrevaloramos lo que tenemos porque nos negamos a lamentarnos por lo que no está ni estuvo ni estará. Tratamos de ignorar el hecho de que la falta de información mata, que es una de las formas del abandono. A ti no te abandonaron; al menos, oficialmente, no. Por eso, como bien dice Laura Ferrero: hay lugares de los que no se regresa nunca. Porque es difícil regresar de un lugar cuando no sabes ni cómo llegaste, ni lo que allí sucedió. |