En algún momento se nos olvidó que éramos inmortales. Se nos olvidó que poseemos una partícula de Dios. Olvidamos que tenemos el poder de decidir sobre lo que pasa y lo que pasará. En algún momento nos dijeron que no valía la pena hacer el esfuerzo de comportarnos como lo que realmente somos y nos dedicamos a lamentarnos, a lamer unas heridas que aún no existen pero que, a fuerza de proponérnoslo, nos las infringimos. Se nos olvidó eso y que lo que vemos aquí es tan irreal como lo que pensamos que está más allá. Todo eso se nos olvidó.
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