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Crítica de Gemmaentrelecturas


Gemmaentrelecturas
23 June 2022
«Haz tu trabajo y las cosas te irán bien, pero deja al resto que cumpla con su destino».
 
Dónde se queman libros se terminan quemando personas. Heinrich Heine. Sí, se quemaban libros y se destrozaban bibliotecas, privadas y públicas, librerías, pequeñas y grandes, y la policía, no podía hacer nada. La persecución cultural que emprendió Hitler sorprendió, pero luego, y esto es lo terrible, profesores y miembros de las SS, marcaron el inicio de la censura y la persecución de intelectuales, periodistas, novelistas y poetas. El valor de la palabra escrita asusta a los poderosos, no vaya a ser que el pueblo llano, borregos que siguen la voz del amo sin reflexiona nada más, un día lean y descubran que la realidad no es tal como se pregona.
 
 
Cuando uno lee novelas como La casa de los niños, y yo que tengo el placer de compartirla con mi hijo mayor y descubrir sus primeras impresiones, me doy cuenta que lo que más le asusta es saber que los nazis eran seres humanos. Y el alcancé de este pensamiento es aterrador. Y cuando empiezas a narrar aquellos oscuros años de terror, crueldad y miedo, la mirada se fija en un solo hombre, Adolf Hitler, ¿quién fue?, ¿cómo acumuló tanto poder?, ¿cómo consiguió que una nación fuese capaz de tal atrocidad?, ¿Por qué los judíos no hicieron nada? ¿Qué sintió Gran Bretaña cuando descubrió el horror? Ellos cerraron las vías de escape a Jerusalén a miles de judíos. ¿Y Estados Unido?
Adolf Hitler no era de familia pudiente, ni su padre un gran político, era funcionario de aduanas y él hubiese seguido sus pasos sino fuese porque tenía otros planes para su futuro, quería ser artista. Fue un mal estudiante, con problemas de aprendizaje y, creo recordar, que repitió curso y fue expulsado de la academia de arte de Viena.  
                Cuando le relaté a mis hijos que aquel hombre, que dijo a una nación qué hacer con los judíos y todo aquel que no cumpliera con los rasgos arios, despejaba las calles de nieve para ganarse unas perras, acarreó maletas y fue obrero de la construcción, no daban crédito. Quizá fuese en ese momento que detecto a sus grandes enemigos, la gente pudiente y con dinero, la mayoría judía.  
                La Primera Guerra Mundial le descubrió la vida militar, el patriotismo que alimentó su campaña y sus años de barbarie. Lo gracioso, es que, en aquella época, hubo dos etiquetas significativas, Histérico y no apto para el mando, leí que ponían sus expedientes. Esto demuestra que, aunque fuera un hombre de pocas cualidades, hace veraz esa frase motivadora de psicología positiva, sí quieres puedes. Cuando acabó la guerra con la derrota de Alemania, descubrió su verdadera vocación, la política. Hitler dijo al pueblo alemán lo que quería escuchar, le dio un enemigo de piel y huesos al que culpar de sus desgracias, al que vencer para aumentar la autoestima. Los primeros años ofreció su mejor cara con un gran discurso de prosperidad, la mejor versión de sí mismo, visualizando en su mente su verdadero objetivo, rodeándose de grandes mentes y teniendo claro que no había límites para él.
 
«Prefiero morir a vivir de rodillas».
 
                María Escobar nos recuerda que no todos los alemanes fueron nazis, que algunos decidieron cambiar el curso de la historia con sus hechos. Aquí tenéis la odisea, real, de personas que salvaron a más de seiscientos niños en el momento más feroz del nazismo. Pero también descubriréis qué llevó a alemanes normales a convertirse en seres perversos.
 
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