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A la ganadora del Nobel, Annie Ernaux, le bastan menos de ochenta páginas para desarrollar un relato maravilloso sobre un amor que brilla en la ausencia. La narradora nos muestra lo que queda de ella entre un encuentro y el siguiente. Así segmenta su existencia: ella es lo que hay entre los encuentros con su amante y los minutos, los días, lo que haga falta para verle de nuevo. ¿Se contradice? Como diría Walt Whitman, claro que se contradice: contiene multitudes. Es la mujer que solía ser cuidadosa con el dinero y la que se lo da a los vagabundos como si lanzara monedas a un pozo de los deseos: ojalá me llame esta noche. La que se quita el reloj nada más llega, mientras que él se lo deja puesto. La que sonríe al ver la quemadura de la alfombra provocada por la cafetera, porque se quemó mientras estaban juntos. Buscar cualquier excusa para mandarle un mensaje, aunque sepas que la vas a ver mañana. Pasear, lentamente, por las calles en las que existe la posibilidad de que ella aparezca. Dormir con chaqueta en verano porque ninguna manta imita el abrigo de su abrazo, los restos de su aroma. Qué más da si el amor está repleto de clichés, qué importaran los demás cuando estás bajo el hechizo del otro. Si nadie es sí mismo cuando navega a través de la pasión, qué más da querer o esperar como lo hacen todos los demás. |
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