Agua dulce

Resulta tremendamente difícil hablar de este libro, porque las coordenadas en las que se inserta no me son familiares, y creo que sería muy poco oportuno por mi parte el intentar leerlo desde un lugar que no le pertenece.

En este libro caminaremos con la protagonista, Ada, que se encuentra escindida en mil pedazos, a la merced de unas pequeñas presencias, diosecilles pertenecientes a la cultura igbo, que tiran de ella hacia lugares oscuros, pero también hacen posible que camine hacia delante en un mundo hostil, lleno de violencia, de la que intentarán protegerla a su manera, una manera que no se parece en nada a aquello que nosotras podemos entender por proteger.

Estes diosecilles, les ogbanje, tiran de Ada hacía su mundo, fuera del mundo de los humanos, y ese estar en el medio de dos mundos también tiene consecuencias para nuestra protagonista, que nunca se sentirá del todo parte de nada.

Asughara, San Vincent, y el resto de les ongbanje, elles, se encuentran dentro del mármol de Ada, dentro de su cabeza, desde donde la manejan y también la cuidan de una forma muy particular: intentando llevársela consigo al otro lado de las puertas. Desde este prisma vemos una serie de sucesos terribles que Ada, con la presencia de les ogbanje gestiona como puede, cómo elles le dejan. La espiritualidad recorre todo el libro, ya sea en forma de diosecilles, o en forma de Yshwa, un dios que en occidente nos resulta mucho más conocido.

La forma de escribir de Akwaeke Emezi es tremendamente evocadora, y, a su vez, consigue que experimentes la dureza de todo lo que le sucede a Ada, lo difícil y angustiante de su existencia escindida. Porque en este libro, desde mis coordenadas, yo leo violencia sexual, leo desesperación, leo disociación, leo estrés post traumático, leo intentos de suicidio. Leo una experiencia de superación del trauma que me es familiar, pero que está inserta en una narrativa distinta, en un universo cultural diferente al mío, lo que le da una profundidad nueva.

En definitiva, es un libro en el que sumergirse sin juzgar, en el que dejarse llevar por esa narración tan lírica y tan diferente.