Noches blancas

Apenas soy conocedora de la narrativa de Dostoievski, pero sí que tras leer hace algunos años Memorias del subsuelo y hace unos meses Una historia desagradable, te das cuenta de que el relato Noches blancas se distancia bastante de las propuestas anteriores; aunque indudablemente guarde la esencia de un tiempo, un país y una época literaria.

Todo en este relato es exceso: la noche, los sentimientos, los diálogos… Un recargo que sin embargo el lenguaje esconde sutilmente y que sirve de vehículo para la exaltación de la soledad, el desengaño y la desmesura del flechazo a primera vista.

Noches blancas es una historia de amor que pertenece a un solo individuo, un personaje patético y descorazonador que representa a la perfección el romanticismo (que no lo romántico). Este personaje sin nombre se siente abrumado por el vacío, hasta que la presencia de Nástenka colma y rebasa los límites de la vasija de su alma.

Durante cuatro noches, ambos personajes creerán conocerse, comprenderse, acompañarse y enamorarse. Y digo creerán porque en la luminosidad de las noches de San Petersburgo se esconde la certeza del desamparo, la pasión como huida del terror de uno mismo.

Pese a que es en la historia del encuentro donde la acción comienza a acelerar e incluso a tener algo más sólido que contar, es en la primera y en la última parte del libro donde más he disfrutado la maestría del autor. Esa genialidad que consiste en precisar con la más auténtica y punzante desazón la visión del soñador.

Aun teniendo en cuenta la calidad del texto, no es una temática que me apasione, pero esto no impide que mi siguiente objetivo sea la aclamada Crimen y castigo, ya que mi interés por conocer más obras del escritor ruso nunca ha decaído.

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