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La obra dickinsoniana no sólo es un juego de luz y oscuridad; de miedo y valor; sino también de sonido y silencio, así es, silencio dentro de la poesía, porque Emily Dickinson, con sus misteriosos guiones, logra romper la semántica y la sintaxis de una época donde lo más innovador era el mundo sensitivo de Whitman. En mi crítica a cierta versión de "Hojas de Hierba" comenté que él era el poeta por excelencia del día a día, del sentimiento de vida que impregnaba al nuevo país epítome de la democracia occidental. Ahora bien, siento que Emily es la parte metafísica de ese mundo: ella es el sentimiento de soledad oprimida por su condición de mujer; ella es el silencio que grita por una oportunidad de vida; el sueño de una vida mejor. Vale, es cierto que ella también escribió poesía sobre la vida y la naturaleza, empero, creo que ha destacado más que nada por sus poemas donde la muerte es un hecho sin remedio y donde la existencia de Dios es puesta en duda, así mismo, es ella quien anhelaba la fama de las letras, la eternidad más allá del horizonte mortuorio, por eso digo que ella es la otra cara de la moneda, más parecida al caso Poe, pero con sus excepciones únicas. A diferencia de Poe o Baudelaire, donde la muerte era algo terrible a lo que se encamina todo ser humano, en Dickinson la muerte es esa vieja amiga que llega en una carreta y ella sube impávidamente, pues es el curso de la vida misma; si Poe exaltaba la vida terrena por sobre la espiritual, pues los mismos ángeles son capaces de envidiar a Annabel Lee; en Dickinson ambas vidas sufren una simbiosis: la muerte puede aparece en el día más bello, y la belleza en la noche más silenciosa. Dickinson es catalogada como la mejor poeta que parió alguna vez EE.UU., y realmente después de leerla siento que la gente no exagera al decirlo, única como sólo ella puede ser. |
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