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Crítica de margazquez


margazquez
17 March 2020



Enfrentarse a una segunda novela después de un éxito tan rotundo como el que Diane Setterfield tuvo con "El cuento número trece" no se me antoja tarea fácil y quizá sea ese el motivo por el que la escritora inglesa ha tardado tanto en obsequiar a sus admiradores con una nueva novela; novela que en un acto de valentía (lo fácil habría sido seguir explotando la gallina de los huevos de oro) se desmarca de la anterior presentando un notable cambio de registro en esta especie de fábula sobre la muerte, el tiempo, los recuerdos y las nefastas consecuencias de la adicción al trabajo.

Como suele ser habitual, la edición de Lumen es más que correcta. La portada es seductora y el título en castellano me resulta más acertado que el original, "Bellman & Black", que solo se alcanza a comprender una vez leído el libro y que a más de uno le recordará a una famosa película de Anthony Hopkins y Brad Pitt.

La trama, como ya sucediera en "El cuento número trece", no contiene fechas que permitan identificar de forma precisa su ubicación temporal pero es indudable por su contexto que se desarrolla en la época victoriana, periodo en el que es palpable la comodidad con la que se maneja la autora.

Arranca el libro con el momento en que el protagonista, a las puertas de la muerte, recuerda a sus seres queridos y aquel hecho de su infancia en que mató a un grajo y que marcó su vida para siempre. A partir de ahí, la novela relata su vida de forma lineal y se intercalan junto con la trama páginas que nos ofrecen información sobre los grajos, esos córvidos que en la cultura popular se identifican con el mal agüero y que se hayan tan ligados a la literatura gótica.

La novela está impregnada por un constante halo de confusión y desconcierto que hará que el lector se pregunte más de una vez hacia dónde le quiere llevar la autora.

Elementos como los tintes sobrenaturales (ese hombre de negro que aparece cuando alguien fallece), el aire gótico que se respira tras las puertas de la fábrica, el misterioso pacto que recuerda a la leyenda clásica de Fausto, y varios hechos que ni concluida la lectura se terminan de comprender (¿por qué William tiene que pagar un precio tan alto por un acto involuntario de su niñez?, ¿por qué perder la vida en el trabajo cuando el pacto no fue por ambición sino por la necesidad de proteger lo único que le quedaba?, ¿qué tiene que ver Lizzie con Black?) no hacen sino causar estupor en el lector, pero son incógnitas tan estimulantes que invitan en todo momento a seguir leyendo.

Consecuencia de la obsesión del protagonista por su trabajo hay en la novela una gran carga informativa sobre la industria textil y de los artículos funerarios para el duelo de los difuntos en la época victoriana, datos que para algunos lectores podrán suponer un lastre (no ha sido mi caso) pero que son interesantes e ilustrativos y contribuyen a enaltecer esa sombría atmósfera que al igual que los grajos, sobrevuela constantemente las páginas del libro.

No hay en este libro demasiadas sorpresas y a las que hay, como pueden ser las muertes de varias personas, asiste el lector con más frialdad que sentimiento. Que los personajes que acompañan al protagonista estén poco explotados es quizá la causa de esa pasividad con la que el lector contempla sus fatales desenlaces, pero tampoco importa demasiado porque la historia resulta igualmente absorbente, aunque desde mi punto de vista, se le podría haber sacado más partido a Dora (la hija del protagonista) y a Lizzie, personajes que dan mucho juego cada vez que aparecen en el libro.

"El hombre que perseguía al tiempo" no tiene una trama tan fascinante y sorpresiva como la anterior novela de la autora ni tampoco su intenso ritmo narrativo. Es un libro con una trama un tanto extraña rodeada de simbolismo, misterio y confusión. Sin embargo es un libro cuya lectura resulta satisfactoria y recomendable por la paradójica seducción que emite el aciago escenario en que tiene lugar y que acompañará hasta el final la vida de aquel niño que un día tuvo la mala fortuna de tener buena puntería.
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