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Karl, ex guitarrista de una banda de indie-rock y dueño de un pequeño pub, tropieza con un agujero de gusano en su propio armario. Y tiene claro, muy claro, que va a hacer con él. ¿Avisar a la policía? Ni de broma. ¿A algún experto en la materia? Para qué. ¿Montar un negocio con su colega Wayne de viajes al pasado para ver conciertos? Por supuesto que sí. Así, ambos se montan toda una estructura para enviar a los clientes a revivir sus conciertos favoritos o ver a ese grupo que se separó antes de que pudieran disfrutarlo. Las reglas son claras: disfrutar del concierto y volver a casa, no interactuar con nadie y no traer ningún souvenir. Todo perfecto. Hasta que Wayne decide que realmente pueden hacer más. Y es que ¿por qué contentarse solo con ver si una simple acción puede cambiar para bien muchas cosas? ¿Por qué contentarse con ver a los Beatles en vez de ir y salvar a Lennon? En su cabeza sonaba genial, y aunque Karl no estaba convencido, se decide a mandarlo. Solo que se come un número y manda a Wayne al año 980. Y no puede traerlo de vuelta. Ahí es donde entra Lena, una astrofísica amante de la música y con mucha historia detrás que ayudará a Karl a traer a su amigo de vuelta. O ese era el plan. Pero el futuro entra en juego, los conciertos de rock quedan a un lado y el destino hace de las suyas. Este es un libro de viajes en el tiempo, pero no esperéis ni una sola explicación de por qué pasan las cosas, no la vais a encontrar. Tampoco hace falta, porque todo eso que os acabo de contar pasa en las 30 primeras páginas. Las 270 restantes van sobre Lena y Karl, sobre su relación y sus vidas pasadas, presentes y futuras. Tardé bastante en decidir si me estaba gustando o no la historia, pero tengo que decir que al final acabé cogiéndole el gusto y la disfruté. |
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