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Crítica de Guille63


Guille63
12 March 2023
“Lo malo es que si sigo así voy a acabar escribiendo más sobre mí mismo que sobre Johnny.”

¿Y cómo puede ser de otra forma? Bruno, el narrador, el crítico, el biógrafo de Johnny Carter, trasunto del saxofonista de jazz Charlie Parker, este es el verdadero protagonista del relato.

Un crítico que en el fondo se aborrece a sí mismo por no poder ser lo que querría, por no experimentar lo que desea. Por eso sigue a Johnny, por la posibilidad de que sea el ariete que le abra la puerta a golpes de música de jazz…

“…porque no puede ser que no haya otra cosa, no puede ser que estemos tan cerca, tan del otro lado de la puerta…”

… aunque ese esperar a que sea otro el que le abra la puerta forme parte del problema.

“Sobre todo no acepto a tu Dios —murmura Johnny—. No me vengas con eso, no lo permito. Y si realmente está del otro lado de la puerta, maldito si me importa. No tiene ningún mérito pasar al otro lado porque él te abra la puerta. Desfondarla a patadas, eso sí. Romperla a puñetazos, eyacular contra la puerta, mear un día entero contra la puerta. Aquella vez en Nueva York yo creo que abrí la puerta con mi música, hasta que tuve que parar y entonces el maldito me la cerró en la cara nada más que porque no le he rezado nunca, porque no le voy a rezar nunca, porque no quiero saber nada con ese portero de librea, ese abridor de puertas a cambio de una propina, ese…”

Pero Johnny, a pesar de todo, constituye la esperanza, porque Johnny aquella vez, en Nueva York…, porque hay algo que flota en su música y lo prepara quizá para un salto imprevisible que le permitirá ser ese auto que no encuentra nunca ninguna luz roja, que le concederá estar sin ocupar ningún sitio, sin tiempo, sin que después, nada más que siempre, aunque en el fondo eso sea para Johnny un fracaso, una trampa para ratones, para que uno se conforme.

Y Bruno realmente se conforma, aunque no quiera contar el tiempo, aunque no quiera poner un número a todo, aunque quisiera no ser un crítico, ese “triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar”, aunque, estando con Johnny, parezca que “hay algo que quiere ceder en alguna parte, una luz que busca encenderse”, aunque sea “tan infeliz, tan transparente, tan poca cosa con mi buena salud, mi casa, mi mujer, mi prestigio. Mi prestigio, sobre todo. Sobre todo mi prestigio”. Bruno se conforma, quiere y no puede ser un perseguidor, él es otra cosa, acepta lo ya visto por otros, aunque en el fondo también sienta que lo terrible sea que no pase nada, que “Cortas el pan, le clavas el cuchillo, y todo sigue como antes.”
“…en el fondo Amorous me ha dado ganas de vomitar, como si eso pudiera librarme de él, de todo lo que en él corre contra mí y contra todos, esa masa negra informe sin manos y sin pies, ese chimpancé enloquecido que me pasa los dedos por la cara y me sonríe enternecido.”

Cortázar escribió El Perseguidor en 1959, cuatro años antes que Rayuela, siendo claramente el relato precursor de la novela. Cortázar bien pudo en 1959 golpearse la frente y repetir una y otra vez aquello de «Esto ya lo escribí mañana, es horrible, esto ya lo escribí mañana», pues aquí como allí quiso ser el divino Oliveira cuando no pudo ser más que el terrenal Horacio.
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