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Crítica de Guille63


Guille63
14 March 2023
Deshoras” es el último volumen de cuentos publicado por Julio Cortázar.

He elegido a dos de ellos, muy distintos, para traerlos aquí. Por utilizar una terminología cortaziana, el primero podemos decir que es un cuento Mondrian, mientras que el segundo es claramente Klee. Como se dice en Rayuela:

“la sensibilidad pura puede quedar satisfecha con Mondrian, mientras que para Klee hace falta un fárrago de otras cosas. Un refinado para refinados. Un chino, realmente. En cambio Mondrian pinta absoluto. Te ponés delante, bien desnudo, y entonces una de dos: ves o no ves.”

El primero es el que da título al libro, uno de mis preferidos del autor, un cuento sin fantasmas ni hechos inexplicables, pero sí con sueños y una triste resignación final.

Un sueño arrastra a Aníbal a rememorar sus años de adolescencia: Bánfield, Doro, juegos y zanjón, pero, sobre todo, Sara, su primer amor, un amor imposible por la diferencia de edad, se encontraron a deshora. Lo que no pudo ser es ahora el aguijón que le empuja a escribir en un artificio de ser.

“las cosas habían sido más de veras cuando las ponía en palabras para fijarlas a mi manera, para tenerlas ahí como las corbatas en el armario o el cuerpo de Felisa por la noche, algo que no se podría vivir de nuevo pero que se hacía más presente como si en el mero recuerdo se abriera paso una tercera dimensión, una casi siempre amarga pero tan deseada contigüidad”.

Y ese relato, suscitado por un sueño, termina con otro, con un deseo, con la necesidad de cerrar una herida abierta, imaginando un encuentro con Sara en una calle de Buenos Aires muchos años después porque…

“no había podido quedarme en este presente en el que una vez más saldría por la tarde del estudio y me iría a beber una cerveza al café de la esquina, las palabras habían vuelto a llenarse de vida y aunque mentían, aunque nada era cierto, había seguido escribiéndolas porque nombraban a Sara.”

Lo que todos sabemos más pronto o más tarde, que los más profundos arrepentimientos tienen que ver con aquello que no pasó, con lo que ya nunca pasará, porque…

“ahí al lado se oía la voz de Felisa que entraba con los chicos y venía a decirme que la cena estaba pronta, que fuéramos enseguida a comer porque ya era tarde y los chicos querían ver al pato Donald en la televisión de las diez y veinte.”

También la vuelta de Sara se había producido a deshora.

Un cuento maravilloso, con cambios de ritmo, con cambios de perspectiva -primera a tercera persona y vuelta a la primera- un precioso cuento de amor.

El segundo es “Fin de etapa”.

Un cuento cargado de símbolos que a mí se me escapan Y que utiliza un desencanto amoroso para hablar del arte pictórico y viceversa.

“Curioso que vivir pueda volverse una pura aceptación"

“Dejaba el cigarrillo entre los labios, sabiendo que terminaría por quemárselos y que tendría que arrancarlo y aplastarlo como lo había hecho con esos años en que había perdido todas las razones para llenar el presente con algo más que cigarrillos, la chequera cómoda y el auto servicial.”

Un desencanto que encajaba a la perfección con esa serie de cuadros de la galería de naturalezas muertas, de sombras, de silencios, de salas vacías o con una sola figura de hombre difuminada y dando la espalda al espectador. Con esas sombras oblicuas producidas por la luz del sol entrando por puertas y ventanas que después coinciden perfectamente con esa luz que baña las habitaciones vacías de la casa de campo. Realidad y arte se funden (pintura hiper realista; ese entrelazamiento entre el observador que ve las cosas y que, a su vez, es como visto por ellas). La negación de ver la última sala, el último cuadro, el final de etapa, en paralelo con esa habitación a la que daba acceso una puerta cerrada. Sentarse en esa silla solitaria para después verse en el cuadro con una actitud de muerta, como una “culminación del silencio, de la soledad de la casa y sus personajes, de cada una de las mesas y las sombras y las galerías”. Una culminación que ya no podía ser contrarrestada por “la pálida aquiescencia cotidiana a la salida del sol o a las noticias de la radio”, una culminación que debía tener su respuesta en esa otra vida. Volver a la casa de campo, abrir de nuevo esa puerta cerrada y sentarse en la silla inmóvil “como esa la luz inmóvil como todo el resto, como ella y como el humo inmóviles”... como en un cuadro de naturalezas muertas.
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