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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
28 November 2017
"Un Dickens y un Wilkie al año, todos los años de tu vida". Este ha sido uno de mis mandamientos como lectora durante mucho, mucho tiempo, solamente roto durante algún que otro año (de los recientes sobre todo), en los que no me da la vida para más. Pero siempre, sea novelón, o sea nouvelle, sean relatos, o sea lo que sea, intento no faltar a mi cita. de Dickens, porque es Dios. Y punto. de Wilkie, porque no solo era amigo de Dios, sino que además era un gran novelista y fue pionero en géneros como el policíaco, que tantos adeptos suma hoy en día. Soy muy fan de Wilkie, siempre lo he sido. Tiene algo de morralla en su bibliografía porque su producción fue extensa y, perfecto, como digo, solo Dickens (sí, soy groupie total), pero es de esos autores que hasta lo más modesto lo hacía grande. Menudo par de elementos fueron estos dos, Charlie y Wilkie, cuantos claroscuros... es de esas amistades literarias irrepetibles que dan pie a imaginar mil cosas (al hilo de esto, muy recomendable La soledad de Charles Dickens, de Dan Simmons, ya que estamos).

Me voy por las ramas, lo sé. Sigo. Quizás esto es algo que solo saben aquellos que conocen la vida y obra de Dickens, pero fue él quien recuperó la celebración de la Navidad tal y como la conocemos hoy en día. Además, tenía por costumbre publicar un relato en esas fiestas, costumbre que siguieron otros autores ingleses y que nos lleva a La máscara robada, la novela corta que reseño hoy y que fue publicada en 1851... muy, muy al principio de la carrera como escritor de Collins, y año en el que, por cierto, conoció a Dickens. Esta historia, por tanto, fue un regalo de Wilkie para sus lectores con motivo de la Navidad, aunque lo cierto es que se nota a leguas que la Navidad es solo la excusa para publicar la novela. Vamos, no es el motivo de la historia, ni está ambientada en ella (no al menos en un 98%). Es, por poneros un ejemplo, como cuando te dicen que escribas un relato que contenga una palabra concreta, y tú escribes lo que te parece bien y ya te apañas para meter esa palabra en contexto como puedes. Pues eso es la Navidad en La máscara robada. Y le quedó rebonica. Listo que era mi Wilkie.

La historia gira en torno al monumento funerario de Shakespeare que, en forma de busto, hace siglos que ocupa su lugar en la Holy Trinity Church de Stratford-upon-Avon, donde fue bautizado y está enterrado. Podéis ver el busto en la portada de esta misma edición de Funambulista. Además, Collins nos cuenta que está basada en un suceso real, cosa que, a día de hoy, sigo sin poder verificar... que si lo dice él será verdad, pero yo para mí que intentó darnos gato por liebre :)

El caso es que tal y como dice la sinopsis, un mediocre y anciano actor de teatro, Reuben Wray, ama a Shakespeare y su obra más que a nada en el mundo, y un buen día decide hacer una réplica en escayola del rostro del busto del bardo. El hecho se descubre pero no al autor, así que cuando oye por casualidad que cuando pillen al responsable lo meterán en la cárcel de por vida, decide huir de Stratford-upon-Avon junto a su adorada hija, Annie, y un muchacho que los acompaña donde quiera que vayan, Julio César. Esa máscara es su posesión más preciada, lo que da sentido a su vida, y por eso la lleva metida en una caja de caudales. Pero claro, a ojos de gente mal pensada o, pongamos, a ojos de bandidos y maleantes... ¿qué otra cosa puede haber dentro de una caja de caudales sino dinero? Ay, la que se puede liar...

Esta historia contiene muchos de los ingredientes de las novelas que han hecho famoso a Wilkie Collins, solo que de manera muy condensada a causa de la escasa longitud. Collins era un experto en escribir muchas novelas de menor enjundia y aun así contar buenas historias y muy entretenidas. ¿De qué ingredientes hablamos entonces? Pues tenemos la intriga (no mucha, la justa y necesaria, una pizquilla, que no es un libro per se de misterio), tenemos una historia de amor (de fondo, nada predominante, con cierta dosis de humor y para nada empalagosa), un poco de sensation novel (Wilkie fue uno de los precursores de este género junto a Mary Elizabeth Braddon, y aquí no podía faltar... qué melodramática era la gente del XIX, oiga) y el inevitable toque de humor (de esto se encargan sobre todo dos personajes: Julio César, muy a su pesar, y Colebatch, muy a propósito y encantado de la vida de ser tan histriónico).

¿Pero qué es lo que llama sobre todo la atención en esta novela? La adoración sin paliativos por William Shakespeare y, sobre todo, por sus obras. Todo en la vida de Reuben Wray gira alrededor tanto de uno como de las otras. Cada suceso de la vida, cada cualidad inherente al ser humano, sus defectos, las virtudes... todo tiene su reflejo en una u otra obra de Shakespeare. Cada recuerdo que Wray atesora, cada honor que ha recibido en su vida, todo lo que alguna vez ha conocido, está asociado al bardo porque, tal y como dice en cierto momento nuestro protagonista: ¿Qué es Shakespeare sino un gran sol que brilla sobre la humanidad, lo mismo sobre grandes que pequeños?

Collins se toma su tiempo, y digamos que la mitad de las páginas las dedica a introducirnos en la historia y presentarnos a los personajes y sus idiosincrasias, y es en la otra mitad donde se mueve la trama y lo que da vidilla a la historia, pero la una sin la otra no son nada y cada una de las páginas merece mucho la pena. Y aviso, porque sé que hay gente que le molesta (Norah, no te miro): el narrador nos habla por aquí y por allá continuamente. Pero es un encanto, que conste, así que aunque alguien no sea partidario de estas cosas, que le dé una oportunidad. Justo arriba, en la foto, se ve un ejemplo clarísimo, pero dejo por aquí otro mucho más directo que ilustra perfectamente lo que digo:

"Quizás a estas alturas estén cansados de estos tres personajes tan familiares y sencillos como son el señor y la señorita Wray y Julio César el carpintero. Además, sospecho firmemente que están realmente ansiosos de tener un pequeño estimulante literario proporcionado por la figura de un villano. Probarán este estímulo por una doble vía ya que tengo dos maleantes completamente preparados para ustedes en este capítulo"

En definitiva, quien admire a Shakespeare, debe leer La máscara robada. Quien sienta curiosidad sobre cómo funcionaban las bambalinas de un teatro en el XIX, se encontrará aquí un retrato nostálgico y yo diría que no tan ficticio desde el punto de vista del que no triunfa y se contenta con vivir entre ellas. Y para quien le guste Wilkie Collins, verá que en esta historia no falta nada de lo que ha hecho famosa su obra, aunque sea en pequeñas dosis. Quizás el motivo más peregrino para comenzar su lectura sea la pretendida aureola navideña, pero vamos, que quien la busque, también la encontrará.

Wilkie no engaña. Promete al principio una trama sencilla, escrita de forma llana y familiar, como si se la narrara a unos amigos. Y eso hace. Sin más. Y por eso esta historia es una delicatessen con pinta de obra menor pero que da gusto sentarse a leer. A ver si me da tiempo a leer otro Wilkie antes de que termine el año, y compenso el abandono del año pasado. Ay, de verdad, qué sacrificada es la vida del lector... xD.
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