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"Sólo pasado el juicio las cosas se esclarecieron y esa noche adoptó el arco argumental hoy día conocido. Cada detalle e insignificancia se hicieron públicos. A veces intentaba adivinar qué papel habría tenido yo. Cuánto me habría tocado a mí. Lo más fácil es pensar que no habría hecho nada, o que los habría hecho parar, mi presencia el amarre que retendría a Suzanne en el reino de lo humano. Ése era el deseo, la parábola convincente. Pero había otra posibilidad que se deslizaba encorvada, insistente e imperceptible. El monstruo bajo la cama, la serpiente al pie de la escalera: puede que yo también hubiese hecho algo. Puede que hubiese sido fácil."Evie, una mujer de mediana edad que vive a salto de mata, rememora su juventud en una especie de secta que guarda muchas similitudes con La Familia de Charles Manson. Vamos, que le ha cambiado los nombres a la troupe que militaba en las filas del instigador del asesinato de Sharon Tate y poco más. Bueno sí, mucho más. La ambientación de la época que consigue Cline es lo mejor de la novela, es muy poderosa y te mete de lleno en aquel rancho lleno de desarrapados a las órdenes de un iluminati que aquí se llama Russell y que consigue todo lo que quiere a base de persuasión, abuso sexual, drogas y alineación de los chakras. Todo menos un contrato discográfico (fíjate tú qué poco espiritual), que es lo que desencadenará la tragedia posterior. Porque Manson, perdón, Russell, no quería ser un asesino condenado a cadena perpetua, sino estrella del rock. En cuanto al meollo de la cuestión, es decir, los asesinatos, podría haber sido más escabrosa, pero Cline se contiene y eso es de agradecer. Es esta una novela sobre las oportunidades perdidas, sobre qué es hacerse mayor con dignidad o no, cuáles son los límites que somos capaces de sobrepasar bajo presión o fascinación, la maldad intrínseca del ser humano y cómo de listos nos creemos de jóvenes y qué hostia nos llevamos después. Lo peor? El final, que hace que la historia caiga como un castillo de naipes.
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