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La tragedia se cierne sobre la familia del joven Eyzar cuando unos soldados arrasan el lugar donde viven, llevándose por delante a sus habitantes y todos sus hogares. Aun así, parece que una luz de esperanza brilla todavía en el horizonte. Vivimos bajo unas normas, algunas de ellas injustas, innecesarias e incluso desorbitadas. Si nos rebelamos, ponemos en riesgo nuestras vidas; si no lo hacemos, la vida nos la van arrebatando lenta e impunemente ante nuestra triste mirada. Porque hay quien hace y deshace a su antojo, sin temer las consecuencias, como si de un juego se tratara, siendo nosotros las fichas del tablero, y nos van llevando hacia donde más les conviene en cada momento. Nuestra existencia no tendría que considerarse jamás como algo sin valor. Aquí, todo daño causa dolor, y eso no se puede borrar. Cada vez que leo una novela lo hago con la intención de evadirme, y os puedo asegurar que con esta historia de Lidia lo he conseguido en todo momento. de hecho, en sus dos anteriores obras ya me había pasado. Me rindo de inmediato ante los hechos narrados, que me absorben mientras sostengo las páginas que los contiene. También me resulta muy sencillo conectar con sus personajes y eso hace que la lectura sea aún más entretenida y apasionante, y que desee saber más y más sobre su destino, que en los libros de la autora es del todo impredecible. Todo aquello que consideramos diferente suele causar rechazo y temor. No tendría que ser así, porque lo que no es habitual en nosotros nos da otros puntos de vista, otras posibilidades, y es algo que siempre nos enriquece. Destruir lo que no entendemos nos priva de la oportunidad de sumar y de ser cada día un poquito mejores personas, de crecer y entregar al mundo nuestras bondades. Otra de las situaciones con la que me he encontrado leyendo esta historia ha sido las crecientes ganas que he sentido de ponerme a escribir y desahogarme matando personajes, como hacen algunos autores cuando se ponen a ello. Y es que algunos de los que salen aquí merecen a pulso esa justicia divina que los ponga en su debido lugar. Las páginas me han volado una tras otra. Eso es algo que solo sucede cuando el contenido está repleto de aspectos relevantes para la trama y no se anda por las ramas. Todo lo que aporta nos va nutriendo y hace que nuestro nivel de satisfacción se eleve hasta las nubes. La vida se puede tomar de dos maneras, siguiendo adelante o buscando eternamente culpables. Ambas conllevan dolor, aunque la primera acaba sanando y permite que los días (de alguna manera) vuelvan a florecer; la segunda los puede teñir de negro y convertirlos en un auténtico infierno para ti y para los que osen acompañarte en tu cruzada. Siempre, siempre, siempre, cuando en las malas el fin asoma la punta de la nariz, el valor de todas las personas se equipara. Por más que alguien pueda resistirse, la venda que teníamos ante nuestros ojos se cae y nos damos cuenta de que el tiempo nos rinde a todos por un igual, sin distinciones, porque todas y cada una de las personas que habitamos en este mundo somos igual de importantes. A medida que he ido avanzando he sentido que se aproximaba la tragedia, como cuando esperas a que algo salga del horno. Las maquinaciones son continuas, Lidia está desatada durante toda la novela, desborda y nos muestra la inmensidad de su imaginación, y nos regala una lectura que es ideal para aquellos momentos en los que deseamos que nada más exista. Me quedo con una idea cargada de certeza, y es que siempre se está a tiempo de hacer las cosas bien. |
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