No soy un monstruo

¿Hay algo que aterrorice más a una madre y que movilice más a la sociedad que la desaparición de un niño? No lo creo. Hace un par de años Nicolás desapareció. Ha pasado un tiempo, y esta vez es Kike quien ha desaparecido. El hombre sin cara se lleva a los niños, ataca de nuevo. Anna, la inspectora, deberá superar sus traumas y enfrentarse de nuevo a él. Inés deberá cubrir las noticias, con el pánico a que su niño sea el siguiente.

¡Que me gusta a mí una novela de desapariciones! Y no ha sido menos. Da comienzo con una narración impactante. Sin embargo, los hechos tardan bastante en arrancar. Hasta casi la mitad del libro todo son conjeturas y no se investiga a nadie. Cuando empiezan a trabajar con sospechosos, el ritmo de la novela se retoma. La trama en sí es atrapante por partir de un temor tan natural. Sin embargo, a medida que se acerca el final, siento que todo se deshincha y pierde credibilidad.

Algo que me ha encantado es la sensibilidad que desprende toda la obra. El terrible dolor, la impotencia, el frío interno que siente una madre al perder a su hijo. Los personajes son muy humanos. La autora ha hecho un trabajo impecable. Debo destacar también la documentación que ha llevado a cabo, es una obra que cuenta ya con algunos años, ¡y se tratan temas tan actuales como la huella digital!

El final me ha sorprendido porque no lo he visto venir, pero por eso mismo no me convence. El hecho que el culpable aparezca al final no nos da la oportunidad de sospechar de él. Aún así pienso que con razón es uno de los clásicos contemporáneos del género.
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