14 de abril

Las sombras se adelantan al amanecer. Se levantan de la cama, salen de casa, doblan las esquinas, llaman a las puertas, vagan en la oscuridad. Solo son sombras. Todo empieza así.

En España se desmorona una dinastía de dos siglos y medio.
En Washington preocupa la rueda de prensa de un miércoles de abril.
Relinchos y cascos. Lacayos y palafreneros.

El conde de Romanones intenta negociar. Lo ha hecho todas us vida: con la mano derecha la intriga, con la izquierda el acuerdo. Su ideología ha sido su interés. Su cinismo cabe en una de sus frases: Al decir jamás, me refiero al momento presente.

Y mientras tu cuerpo se va enfriando, Hamelín ya está haciendo sonar la flauta para que todo Madrid conozca lo sucedido. La represión sangrienta. El enésimo abuso al pueblo. Un pobre obrero asesinado.

Hoy no existe más que el ayuntamiento elegido por el pueblo. Nosotros, le dice, hemos venido aquí empujados por una masa de ciudadanos. Pero usted puede quedarse aquí, añade, pues esta también es su casa. Sus palabras ovacionadas. Un relevo pacífico. Eso parecía. Hasta que en la plaza, cascotes de caballo y sables al cielo, irrumpe con bravura y brusquedad un viejo conocido: el siglo XIX.

Va empezar el martes 14 de abril de 1931. En los conventos ya preparan el Libro del Apocalípsis para leerlo el domingo. Cada hora de la liturgia anunciará el fin del mundo. Reyes, tronos, fuego, azufre, bestias, esclavos, muertos.