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A través de un viaje por la serranía Celtibérica, la Laponia española como la denomina el escritor, territorio que abarca diez provincias (Soria, Teruel, Guadalajara, Cuenca, Valencia, Castellón, Zaragoza, Burgos, Segovia y La Rioja) y cinco comunidades autónomas, el autor retrata un mundo que poco a poco se acaba, que sufre una lenta agonía desde que un país devastado por la guerra y eternamente falto de recursos inició su desarrollo industrial y turístico concentrándolo en la periferia y en las grandes capitales. Poco a poco, al calor de unas promesas que luego se cumplirían o no, estas tierras se fueron despoblando y hoy solo quedan los últimos.

El territorio abarca 65.000 kilómetros cuadrados, 1.355 municipios con una densidad media de 7,34 habitantes por kilómetro cuadrado, similar a la de Laponia, pero a diferencia de ésta donde esa forma de vida es la tradicional y la población se concentra en grandes grupos que dan servicios cercanos a otros más pequeños, la historia española es diferente. Aquí estos territorios hasta mediados del siglo pasado estaban muy poblados y poco a poco se fueron quedando solos, sin las estructuras y recursos que antaño disfrutaban que desaparecen como consecuencia de la despoblación. Hay que tener en cuenta que una densidad de población inferior a 10 habitantes por kilómetro cuadrado se considera desierto demográfico, y aquí hay zonas que no llegan ni a un habitante por km2. Incluso una investigadora de la Universidad de Zaragoza, Maria Pilar Burillo, ha acuñado un vocablo nuevo para definir el proceso que están sufriendo estas comarcas "Demotanasia", que deriva de demos (población) y tánatos (dios de la muerte pacífica) y que define el proceso que tanto por acciones políticas como por omisión de las mismas, está provocando la desaparición lenta de la población de un territorio.