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Crítica de Guille63


Guille63
06 March 2023
“Forzando los límites de lo posible hasta tocar lo probable y tratando de recortar con el patrón de lo verosímil la forma de la verdad.”

Soy bastante crítico con la orgullosa idea que generalmente se tiene del comportamiento que los españoles tuvimos durante los años de la transición y en el fallido golpe de Estado de 1981. Por eso siempre he sido muy reticente a la lectura de este libro. Sabía de la postura del autor sobre la transición:

“…el pacto fue un acierto, porque su resultado fue una victoria política de los vencidos, que restauraron un sistema en lo esencial idéntico a aquel que habían defendido en la guerra (aunque uno se llamase república y el otro monarquía, ambos eran democracias parlamentarias), y porque quizá el error moral hubiese sido intentar ajustar las cuentas a quienes habían cometido el error de ajustar las cuentas, añadiendo oprobio al oprobio…”

¿Ajustar cuentas? Una forma un poco torticera de describir lo que habría sido de justicia: llevar ante un tribunal a unos golpistas acusados del genocidio que perpetraron durante los años de la dictadura. Hace unos días vi y disfruté la película «Argentina, 1985» y, aunque tampoco allí la justicia fue completa, me moría de envidia al pensar que nosotros nunca podríamos hacer una película parecida.

Pero dado que el libro aparece con frecuencia en las listas de los mejores libros (que no novela, porque no es una novela) en castellano de los últimos años y dado que me gustó mucho «Soldados de Salamina», y aunque temía que el libro fuera un compendio de hagiografías, me aventuré a leerlo. al poco de empezar me llevé la primera de las alegría y de las sorpresas que el libro me fue regalando a lo largo de sus más de 400 páginas, una clara y contundente verdad: salvo unos pocos, “el país entero se metió en su casa a esperar que el golpe fracasase. O que triunfase."

“…nadie ofreció la menor resistencia al golpe y todo el mundo acogió el secuestro del Congreso y la toma de Valencia por los tanques con humores que variaban desde el terror a la euforia pasando por la apatía pero con idéntica pasividad. Esa fue la respuesta popular al golpe: ninguna.”

Una pasividad que ya había sido la norma durante la transición, no digamos ya durante la dictadura, de tal manera que la reforma política se la debemos todos los españoles a los intereses particulares y egoístas de unas pocas personas de la clase política y empresarial, así como de la propia monarquía.

“El proyecto del rey era alguna forma de democracia no porque le repugnase el franquismo o porque estuviese impaciente por renunciar a los poderes que había heredado de Franco o porque creyese en la democracia como panacea universal, sino porque creía en la monarquía y porque pensaba que en aquel momento una democracia era el único modo de arraigar en España la monarquía.”

El libro es también brillante al resaltar el papel que en estos sucesos —transición y fracaso del golpe de estado— tuvieron la casualidad y la vergonzosa (y bendita) cobardía de aquellos que se sentían llamados a mantener viva la herencia franquista. Tampoco es despreciable la importancia que le atribuye a la propia inercia de los hechos. Así, tanto el Rey como Adolfo Suárez terminaron construyendo una democracia que, como muy bien argumenta Cercas, superaba con mucho la idea inicial que ambos tenían.

Y todo esto, por muy largo que me haya salido, no es más que el preámbulo al análisis amplio y pormenorizado que el autor hace de un gesto, el que tuvieron tres personas durante el asalto al congreso, lo tres declarados traidores por los suyos: Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, los únicos que no se escondieron bajo sus escaños durante la balacera al techo que se produjo al poco de entrar Tejero en el hemiciclo.

“…Traicionaron a los suyos para no traicionarse a sí mismos, traicionaron el pasado para no traicionar el presente. A veces sólo se puede ser leal al presente traicionando el pasado. A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de coraje, pero otras veces es una forma de cobardía. A veces la lealtad es una forma de traición y la traición es una forma de lealtad.”

Los tres representaban las némesis respectivas de las tres figuras claves del golpe, Armada, Milans y Tejero, y ello por las mismas razones por las que cada uno perseguía un fin distinto para el futuro de la nación, lo cual fue decisivo para el fracaso del golpe… ¿fracaso? Si uno de los objetivos principales del golpe, al menos de dos de los tres cabecillas, era reforzar la monarquía, el éxito no pudo ser más completo. La Corona acumuló un capital político y una legitimidad inimaginable por nadie en aquellos momentos… y todos sabemos ahora, aunque siempre se había sospechado, la forma tan obscena en la que dilapidó ese enorme capital nuestro actual Rey emérito.

Pero, sobre todo, el libro es un generoso examen de la figura de Adolfo Suarez, cuya “prestancia de tenista”, “cuerpo de bailarín de verbena”, sonrisa de anuncio de dentífrico y simpatía de playboy, le confirió un encanto irresistible con el que consiguió embaucar a unos y a otros hasta hacer posible lo imposible, que los propios franquistas liquidaran el franquismo. Este “pícaro sin formación”, con “la moral del superviviente y el don del engaño”, “gallito falangistilla de provincias”, “arribista del franquismo” y “chico de los recados del Rey”, “chisgarabís servicial y ambicioso”, “trapacero”, “inculto” y “adulador” tuvo el coraje, la audacia, la fortaleza, “la inteligencia natural”, “el sentido de la realidad y la intuición histórica para conciliar lo inconciliable” y ser “el político español más contundente y resolutivo del siglo pasado”.
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