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Crítica de Guille63


Guille63
18 March 2023
“Gaudencio, en la casa de putas donde se gana la vida, ejecuta un repertorio de piezas bastante variado, pero hay una mazurca, Ma petite Marianne, que sólo la tocó dos veces, en noviembre de 1936, cuando mataron a Afouto, y en enero de 1940, cuando mataron a Moucho. No quiso volver a tocarla nunca más.”

Aunque leí y disfruté mucho de varias de sus obras, también de esta mazurca tan similar en muchos aspectos a La colmena, siempre me cayó mal este individuo, nunca me hizo gracia ni su fanfarronería ni su prepotencia ni sus salidas de tono, y la cosa empeoró cuando supe de su pasado censor y de su famosa carta al “excelentísimo señor comisario general de investigación y vigilancia” suplicando un puesto de chivato: “habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos 13 años, cree poder prestar datos sobre personas y conductas, que pudieran ser de utilidad”. No creo que nunca mostrara arrepentimiento, como él mismo se encarga de decirnos en la novela:

“La mayor parte de la gente lleva dentro un traidor, eso tampoco importa demasiado porque es una característica del hombre, una característica conocida, basta con saberlo”

¿Que por qué decidí volver al autor? Pues realmente no sabría decirles, pero tengo que admitir que cada año que pasa soy más sensible a las simpatías y antipatías que siento por un autor, y que la imagen que tengo de Cela me ha ensuciado muy malamente en esta relectura sus, por otra parte, numerosos y ocurrentes chascarrillos (sexuales y no sexuales, divertidos y tristes, bondadosos y duros o crueles), y, sobre todo, se me ha atragantado en este relato que hace de la guerra civil en tierras gallegas su descarado posicionamiento político dadas esas turbias noticias sobre su pasado. Sirva de ejemplo la descripción maniquea que hace de los dos personajes a los que hace referencia el título, uno de izquierdas y otro de derechas que concentran las características, buenas por un lado y malas por el otro, de dos galicias enfrentadas.

“Mi difunto tenía tan buena color porque se tragaba los chorizos enteros, les quitaba el cordel y se los tragaba enteros. ¡Pobre Cidrán, que en paz descanse, cómo le gustaban mis chorizos! A veces me decía: me salen todos por la punta del carallo, Adeguiña, mejor para ti, ¿verdad? El muerto que mató a mi difunto jamás comió tan buenos chorizos, el muerto que mató a mi difunto era un muerto de hambre medio forastero.”

Y a pesar de todo me sigue gustando la novela, me sigue haciendo gracia lo que dice y cómo lo dice, no sé si hacérmelo mirar y que me unten en mi conciencia esa receta curatodo de “hojas de herba concheira, boñiga fresca de vaca, orina de mujer, telarañas, tierra y azúcar, todo bien lamido por un perro”.

“Tía Jesusa y tía Emilita, a fuerza de rezar sin tino, murmurar sin descanso y orinar sin orden, han perdido el uso de la esperanza, la fe las reconforta y la caridad la ignoran.”
No sé si el retrato que hace de la Galicia de los años 30 a través de este inmenso bazar de personajes en el que se exhiben sin orden ni concierto sus historias grotescas o trágicas o ambas al tiempo, así como de las conversaciones que el autor/narrador mantiene con varios de ellos (un aviso, no hagan un esfuerzo por seguir a los numerosísimos nombres que, como esa lluvia que cae incesante en el inicio y en el final del relato, el autor va dejando caer “mansamente y sin parar”; gracias a las letanías que cada personaje lleva asociado y que se repiten de continuo se irán haciendo poco a poco con los más importantes), no sé, digo, si más allá del realismo “máxico” de sus mitos y leyendas que en abundancia refiere, es muy fiel a la realidad: un territorio arcaico en el que priman los instintos y antiguas leyes no escritas que rigen los comportamientos de sus pobladores aunque no siempre de una forma correcta, con abundancia de personas con deficiencias físicas o psíquicas (parvos), putas, cornudos, suicidas, malnacidos, curas lujuriosos…

“El parvo de Bidueiros no se ahorcó, que lo ahorcaron para ensayar, no lo hicieron con mala intención pero se les fue la mano … lo ahorcaron de broma pero él se murió en serio, se conoce que lo pillaron distraído.”

Desde luego, el retrato que sale de este coro de voces que hablan un castellano coloquial plagado de vocablos gallegos (hay un diccionario al final de la novela) es bastante bestia y cruel en ocasiones, poético en otros, machista y clasista, de una religiosidad pagana, de un anticlericalismo visceral y de una sexualidad exacerbada, un mundo que, tras la guerra civil, tiene los días contados.

“… hay momentos en los que el hombre se siente orgulloso de su vulgaridad y presume de burro y de ignorante, son los tiempos peores y también los más dramáticos y sangrientos, los mediocres no perdonan y disfrazan a Dios a su imagen y semejanza.”
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