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Crítica de WSinclair


WSinclair
22 September 2021
No quiero visitar Bucarest. Para mí es una ciudad mágica de la que solo pueden hablar los viajeros de Oriente, esos privilegiados que conocen otros imperios y otras épocas que yo me niego a emplazar en este mundo y en este tiempo. de Bucarest no sé nada, pero llevo habitando en su leyenda desde que era un crío: una atmósfera gris, tenue y macilenta, pero de intensas nieves y frondosos bosques, desborda mi imaginación cuando invoco la Rumanía de la que me hablaba mi tío cuando se fue a ese lejanísimo país —siempre lo he considerado mucho más lejano que Japón, Chile o Haití— a buscarse la vida. Recuerdo los relatos de ciudades como Brașov, Constanza, Bucarest…, con sus castillos, sus plazas y calles, con sus gentes y su idioma, que no he visto jamás, pero que sitúo en los extrarradios de una Europa completamente desconocida, pero tan familiar como los tebeos de mi infancia.

Hacía apenas un año desde mi última excursión a esa ciudad de mis ensueños, cuando, a la vez que editaba Don de desobediencia —algunos de cuyos poemas se escriben en tierras rumanas—, escribía Los gusanos —que transcurre en los Cárpatos, cerca de Brașov— y leía los retazos autobiográficos de Cărtărescu en El ojo castaño de nuestro amor. Un verdadero viaje de sensibilidades en el que una Rumanía mítica se desplegaba ante mi escritorio, más espléndida y más ruinosa que la real —la que nunca existirá para mí— y, a la vez, más cercana que mi propio barrio. Pues bien: un año después he vuelto a viajar al Bucarest de mi infancia, acompañado de nuevo por Cărtărescu, todo un conocedor de su ciudad, explorador del envés del mundo y, al mismo tiempo, constructor de su leyenda mágica.

Podría hablar de cómo me ha acompañado Solenoide en unas semanas interiormente turbulentas; de cómo su obsesión por lo incognoscible y su tremenda búsqueda de la redención humana son algunos de los problemas que más me han hecho pensar y escribir y sufrir desde que tengo un poco de conciencia del mundo y, en fin, por los que prefiero dedicar mi tiempo a los libros antes que a salir a tomar cervezas; podría comentar su trama, interpretar la resonancia de sus imágenes oníricas, podría incluso discutir sobre la conveniencia o no de la estructura de la obra. Podría hacer todo eso y, sin embargo, no podría hacerlo; porque yo he sentido muchas cosas con este libro, a veces tedio, a veces pasión, unas veces éxtasis, otras veces repulsa; pero, sobre todo, no he sentido indiferencia. Podría hablar de Solenoide, pero no podría hacerlo, porque irremediablemente debería hablar de mí mismo: de cómo su lectura se ha empalmado a mí y me ha servido de hogar, de espejo y de horizonte, y de cómo he encontrado recuerdos, anhelos enterrados, sombras encapotadas con mi nombre y mi historia.

Solenoide tiene algo que decir para los que extienden sus antenas y buscan algo más que palabras, trama y certezas. Este libro no es una novela, sino una pregunta, una texto histérico que puede leerse de principio a fin, pero también abriendo sus páginas al azar y dejándose llevar amorosamente, acompañado en el abismo, seguro y protegido en el infierno. Su estructura es como un laberinto con forma de espiral, en el que uno se introduce y se pierde, pero cada vez hace más frío, cada vez más frío, porque estamos cada vez más cerca del centro gélido, del punto donde no hay calor humano ni palabra pronunciable. Es un libro de mística moderna, un acercamiento a lo inexpresable e incomprensible: un intento, tan vano como heroico y tan trágico como noble, de expresar con voz humana el misterio que supone estar vivos y tener una conciencia en un cuerpo, estar rodeados de infinito y, sin embargo, ser tan limitados en el espacio y en el tiempo. ¡Rómpanse las fronteras!, parece gritar Solenoide; y hasta las de la muerte y el sueño y la extinción humana pretende romper la sensibilidad de Cărtărescu, explorador del más allá que, sin embargo, está condenado a usar el idioma de la lengua, la boca y la saliva.

No puedo hacer una “reseña” sin hablar de mí mismo; y lo siento mucho por quien sea capaz de hablar de este libro de manera técnica, erudita y «literaria», porque me parece que estará tirando su tiempo y su esfuerzo a la basura. Cuando un libro nos abre el camino hacia nuestro interior, es absurdo seguir orientándose con las brújulas de siempre. Hay que descubrir la propia, macerarla, convivir con ella y aprender a entender sus direcciones. Lo “literario” se queda corto, como siempre; pues la literatura no es más que lenguaje, o sea, un signo que nos habla de algo más que de sí mismo. ¿Hacia qué tierras desconocidas señala Solenoide, qué símbolos tremendos aguardan sus brújulas?… Hah, es este uno de esos libros-presagio que parecen anunciar otros horizontes y otras alboradas que ya se acercan, que ya se acercan…

Decenas de imágenes bailotean en mi imaginación cuando pienso en Solenoide. sus personajes, pero, sobre todo, los lugares de ensueño y las búsquedas sin esperanza que son las únicas que merecen la pena en la vida. Y Bucarest: esa ciudad que, durante las últimas semanas, ha vuelto a ser el centro de mi biografía, a pesar de no conocer el idioma que allí se habla ni la luz con la que el cielo ilumina sus despertares.

Gracias, literatura, por conocer lo que no existe y hacer existir lo que no conozco.
Enlace: https://dariomendezsalcedo.w..
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