Intemperie

Hay historias que, pese a estar profundamente marcadas por lo terrible, no consiguen traspasar la barrera de la imperturbabilidad y colarse por cada poro que encuentran a su paso. No creo que sea una falta de sensibilidad sino la sensación de que hay ciertos errores que contaminan el resultado final. ¿Cómo hacer compartido un sufrimiento que apenas es percibido por los sentidos?

Intemperie es una huida despojada de toda candidez pese a estar protagonizada por un niño. Desde la primera página el lenguaje devora la acción, una acción que transcurre lenta excepto en algunos momentos concretos que pese a ser poderosos, se quedan en apenas unas gotas de agua en el malestar de una gran sed.

Creo que las principales razones por las que esta novela no me ha parecido tan interesante como podría haber sido es la intensidad de sus descripciones y de la ambientación y, sin embargo, la pobre construcción de sus personajes. Excepto unas pequeñas pinceladas del autor y el potente trazo de la imaginación del lector, es un lienzo casi en blanco al que debemos enfrentarnos solos.

Hay lecturas en las que esto funciona y en esta se echa de menos.

En otras críticas he leído términos como western o distopía, y aunque algunos elementos de la novela bien podrían haberse desarrollado en esas categorías, la resumiría como una larga y penosa travesía por la hostilidad del mundo y del ser humano.

Es una lectura en la que hay violencia, aridez y soledad, además de los suficientes rasgos como para hacer las delicias de los que gustamos de literatura sin edulcorar, tan bruta como la vida misma.

Pero en esta ocasión mi sed permanecerá sin saciarse, como si yo misma hubiera padecido los tormentos de estos personajes y escenarios sin nombre, en un desenlace que aún no hubiera sido escrito.

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