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Crítica de My


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30 October 2022
Los que gustamos del horror y sus criaturas, extrañamos esas historias de vampiros que den miedo, que nos hagan sentir la naturaleza feroz y despiadada del no muerto.

Vlad, la novela corta del gran Carlos Fuentes, recupera a Drácula en toda su esencia y cuenta una historia que funciona como un capítulo perdido en la vida eterna de este personaje tan memorable, aunque aquí algunas situaciones y personajes que van a recordar muchísimo a la obra original.

El abogado Navarro recibe la orden de buscar y preparar una casa para una de esas viejas glorias de la nobleza centroeuropea, un conde llamado Vladimir Radu, que ha decidido instalarse en la Ciudad de México. No tengo ni que seguir con la sinopsis (y, qué bueno, porque odio escribirlas) para saber quién será el próximo dueño de aquella mansión con vistas tapiadas al barranco de una de las zonas más ricachonas de la urbe mexicana.

La prosa de Carlos Fuentes en Vlad es maravillosa, pulida, con momentos que rayan lo poético e instantes cargados de una brutalidad que dan consistencia y forma a un relato que no dejará de ser, sobre todo, una historia de terror.

Hay filosofía en Vlad, hay pinceladas del mito en la historia, todo para dotar de carácter y peso a ese ser que llamamos 'vampiro', y en particular al inmenso Drácula.

El mundo y sus miserias son lo que dan poder al mal y este mal encarnado, este conde, es un resultado tangible de la podredumbre humana a través de la historia. Drácula ha elegido vivir en estas calles, en esta enorme ciudad rota, como si de un gran restaurante buffet se tratara.

Sabia elección.

No hay Drácula sin víctimas y su poder no se hará grande sin el deseo ajeno. Las pasiones y los deseos nos acercarán al fuego. Muchos de los grandes villanos del imaginario literario surgen cuando abrazan lo que alguna vez los sometió en la vida, surgen para propagar por el mundo su tragedia personal. Creo que la idea principal de esta novela va encaminada en ese sentido. La sangre, la sustancia del mal, tiene un principio y unos rostros muy humanos.

No tengo nada en contra de los vampiros que van al colegio (la educación es importante), ni tampoco tengo nada contra aquellos que se enamoran y viven en una adolescencia eterna, pero prefiero aquellos seres que estremecen, que me invitan a abrir la puerta  para mirar con horror mi vulnerabilidad. Este conde Vladimir lo logra.

La oportunidad de la vida eterna, el fin del dolor, son dos regalos que muchos recibiríamos sin rechistar...

Precaución: los regalos más grandes suelen estar envenenados.
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