De mi llegada a la vida recuerdo vagamente un suelo frió e incómodo, el charco sucio donde caí, el calor agradable de la lengua de mi madre aliviando la fría espera mientras salían mis hermanos, y las paredes sucias y desconchadas que limitaban nuestro primer espacio vital. Más tarde me percaté de que eran parte de la caseta de madera descascarillada donde nos guarecíamos los días fríos o lluviosos.
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