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Crítica de Guille63


Guille63
22 March 2023
La guerra de las salamandras es la típica novela que seguramente jamás leerán justo aquellos que más necesitarían leerla. Una paradoja que no llega a ser ni preocupante pues seguramente serían incapaces de enterarse de nada y mucho menos de darse por aludidos.

“- Las salamandras son salamandras -gruñó Bellamy, encogiéndose de hombros y desviando el asunto.
- Hace doscientos años también se decía que los negros eran sólo negros.
- ¿Y acaso no es verdad? - dijo Bellamy.
Los Bellamy nunca creen que hagan nada malo. Por eso son incorregibles.”

Ellos se lo pierden, el tono satírico, por muy cruel que en el fondo sea lo expuesto, con el que el autor trata un buen montón de cuestiones —morales, éticas, sociales, políticas— es de todo menos aburrido y no son pocas las veces en las que es francamente divertido. También es un punto a su favor la originalidad con la que las presenta esa amalgama de géneros y formatos que configuran este puzzle a modo de álbum de recortes que es la novela… quizás ese álbum que preparaba el pobre señor Povondra. Ellos se lo pierden, sí, aunque en realidad perdemos todos.

Así considerada, la novela me ha parecido notable, pero en literatura mis necesidades van algo más allá. Necesito que, hablándome a la razón, me ganen por el corazón, y en este campo la novela no ha estado a la altura. Se me ha hecho imposible otorgarle esa cuarta estrella que marca mis preferencias.

“Así nos comimos a una salamandra a la que llamábamos Hans. Era un animal culto e inteligente, con especiales disposiciones para el trabajo científico. Trabajaba en el departamento con el Dr. Hinkel, como su ayudante, y se le podían confiar los análisis químicos más delicados. En las largas noches teníamos conversaciones interesantes con él, y nos distraía su insaciable afán de saber. Tuvimos que deshacernos con gran pesar de nuestro Hans, pues a causa de unos experimentos que hice en él sobre trepanación, quedó ciego. Su carne era oscura y esponjosa, pero no produjo en nosotros ninguna reacción desagradable.”

Muchos son los objetivos sobre los que Čapek dispara su mortífera ironía, muchos los colectivos que toma como ejemplos para destacar las muchas sandeces que nos caracterizan como especie, pero sobre todas ellas destaca nuestro jodido afán por la diferenciación. Esa diferenciación que nos lleva a separarnos por la raza, la religión, la lengua, la nación, la situación económica o la sexualidad, pero que también nos aleja por gilipolleces como un equipo de fútbol, un tipo de música o un estilo de ropa. Sí, señoras y señores, nos sobran los motivos. Llevamos estas diferencias a categorías ontológicas y, lo que es más terrible y estúpido, nos ayudan a crear frentes, grupos cerrados, a sentirnos diferentes y pocos son los que, sintiéndose diferentes, no se sienten, al mismo tiempo, mejores. de ahí al conflicto, al odio, al enfrentamiento, no hay ni medio paso.
“Más tarde o más temprano, cada presunto "todo" homogéneo se desmoronará irremediablemente en grupos sin coordinación, con diferentes intereses, partidos, posiciones, etc., que, o bien se destrozarán entre sí, o sufrirán de nuevo los tormentos de la vida en común.”

Unos enfrentamientos que desgraciadamente nos impide afrontar problemas verdaderamente importantes de una forma global que es la única forma eficaz de poder abordarlos. El individualismo y el sálvese quien pueda que está en la base de ese capitalismo ultraliberal sin control ni oposición que cabalga desbocado en pos del beneficio de unos pocos y que consigue vender, con la inestimable ayuda de los medios de comunicación y ahora también con la de una legión de hackers a sueldo, la idea de un interminable crecimiento del bienestar universal que se extenderá hasta el infinito y más allá, queda aquí perfectamente retratado. Por ello, la novela no puede ser más actual. Cambien a las salamandras por el cambio climático y aquí encontrarán, paso a paso, lo que está pasando en el mundo y hacia dónde nos dirigimos.

“Esto es sencillamente la lógica de los acontecimientos....Todos tenían miles de objeciones económicas y políticas -igualmente justas- sobre por qué no se debía hacer (nada en contra de las salamandras).”

En fin, he estado alrededor de una semana viviendo entre salamandras, y ya les digo que al menos dos de ellas no eran mi mucho menos esos esperpentos que nos describe nuestro amigo Čapek, ni tampoco esos seres sombríos que nos dibuja Hans Ticha en la fabulosa edición de El zorro rojo que he tenido la dicha de disfrutar. Por toda explicación, más que suficiente, creo yo, diré simplemente que eran oriundas de la costa gallega. También ellas me hicieron ver algunas de esas estupideces a las que tan aficionados somos los seres humanos, y, aunque no tan peligrosas colectivamente como las imaginadas por el autor checo, son desatinos lo suficientemente graves como para provocar grandes catástrofes a nivel individual. Pero bueno, esa es otra historia.
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