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Crítica de Guille63


Guille63
19 July 2023
Será que acabé hasta los mismísimos del jodido virus la razón por la que la novela de Camus me ha parecido demasiada lluvia para una tierra ya excesivamente mojada. Sin duda es por eso que, pese a lo sugerente de su propuesta —es de esas novelas que parecen hechas para comentar en grupo hasta altas horas de la noche— en soledad, en plena pandemia, y quizá también en parte por el tono que eligió Camus, “el tono de un testigo objetivo”, no he disfrutado de su lectura lo que seguramente debiera.

Fue el propio Camus quién manifestó que su relato se tenía que interpretar como la forma en la que Francia se enfrentó al nazismo, y aunque llevar la analogía hasta el final sería forzar mucho las cosas y en otras ocasiones es directamente imposible, bien es verdad que el modo en el que los virus, orgánicos o ideológicos, van apareciendo, se van expandiendo y las reacciones que frente a ellos se adoptan tienen mucho en común, algo de lo que en los últimos tiempos estamos siendo testigos tristemente privilegiados.

También es cierto que no todas las reacciones que han hecho furor en los últimos meses aparecen en la novela. No hay, por ejemplo, ningún grupo negacionista, más allá de las autodefensivas negaciones iniciales de toda pandemia —Camus murió poco antes de que resurgiera con fuerza el negacionismo del holocausto—, ni siquiera hay quien acuse, sea cantante o no, a los illuminati o a algún otro grupo similar de su origen y/o aprovechamiento. La novela del autor francés es más tradicional en este sentido y solo recoge la habitual condena al pueblo pecador y al subsiguiente castigo divino. Tampoco aparecen en ella grupos que utilizaran la situación para sus fines políticos o sociales con la desfachatez que se ha hecho en nuestro caso. Por último, nunca habla Camus de lo que allí pasó con el papel higiénico, aunque sí menciona la escasez en las farmacias de las pastillas de menta, tan eficaces para eludir un contagio eventual, aunque no tanto como las “medallas protectoras o amuletos de San Roque”, muy de moda en aquellos momentos.

Bromas serias aparte, las que sí aparecen en la novela son otras muchas reacciones que están fantásticamente retratadas. Como la poca importancia que se le da en un principio al peligro, sobre todo si no nos afecta directamente, ya saben, algo así como lo que nos contaba Bertolt Brecht en su famoso poema; lo desprevenidos que nos coge y lo desamparados que nos sentimos cuando queremos reaccionar y ya no hay forma de frenarlo; lo pronto que se pasa de la precaución a la temeridad cuando la miseria aprieta. Por estas páginas caminan los que se sacrifican, los que luchan hasta que no tienen más fuerzas y aunque todo parezca inútil, los que se rinden, los que se resignan, los que se aíslan inútilmente, los que incluso se ven favorecidos por el fenómeno, los que consiguen reaccionar fríamente de forma eficaz frente a los que se abandonan al sentimentalismo impotente, los que no necesitan de dioses para solidarizarse con los hombres y los que ven en la peste un designio divino contra el que ni se puede ni se debe luchar.

“Hermanos míos… el amor de Dios es un amor difícil. Implica el abandono total de sí mismo y el desprecio de la propia persona. Pero sólo Él puede borrar el sufrimiento y la muerte de los niños, sólo Él puede hacerla necesaria [la peste], mas es imposible comprenderla y lo único que nos queda es quererla…Hermanos míos, ha llegado el momento en que es preciso creerlo todo o negarlo todo. Y ¿quién de entre vosotros se atrevería a negarlo todo?”

Una situación, esta de la peste, especialísima catalizadora de todas nuestras debilidades, vicios y también virtudes, en la que brillan con la misma fuerza la bondad y la brutal indiferencia, el sacrifico y la crueldad, el egoísmo y la abnegación, la osadía y la cobardía, la entrega y el individualismo…Porque así somos y más, pues dudo mucho que Camus acierte cuando dice eso de:

“El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad. Los hombres son más bien buenos que malos… El alma del que mata es ciega y no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la clarividencia posible.”

Pero, dejando al lado esta predisposición optimista del autor hacia la bondad del hombre, hay otros aspectos en las que el tipo lo clava, como que “el hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma” o que la felicidad necesita de los otros o que precisa de horizontes amplios y abiertos. Como siempre dice una buena amiga, es una necedad querer exprimir la vida viviendo como si fuera el último día pues de ser verdaderamente el último no tendríamos ni fuerzas ni deseo de seguir viviendo y mucho menos la capacidad de disfrutarlo. Por eso mantenemos a la muerte lo más alejada posible, por eso hacemos como si no fuera con nosotros, por eso solo el peligro de su cercanía acaba con toda felicidad y la búsqueda de placer se vuelve trágica.

Pero por encima de todas las cosas, Camus nos insta a no olvidar nunca que…

“…el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa

Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo. ¡Es posible que fuera a eso a lo que Tarrou le llamaba ganar la partida!”

Especialmente en estos tiempos en el que la memoria parece tan débil y el virus del autoritarismo, de la xenofobia y del racismo, de la aporofobia y la exigencia de los privilegios de clase, de los patrioterismos y nacionalismos que las ratas de los sótanos de la sociedad están volviendo a traer en masa a la superficie amenaza con devastarnos a todos. Ya saben:

“Siempre hay un momento en la historia en el que quien se atreve a decir que dos y dos son cuatro está condenado a muerte.”
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