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Crítica de Guille63


Guille63
14 May 2023
Como conclusión: encantado en lo literario, escéptico en lo filosófico.

Más que una obra literaria, que lo es, "El extranjero" es un tratado filosófico sobre cómo vivir, cómo sobreponerse al sin sentido de vivir y cómo enfrentarse al absurdo de la muerte. No comparto su existencialismo pasivo, el conformismo aceptante de lo que hay. Quizás haya quien pueda llegar a vivir esa conformidad alejado de todos y de una forma satisfactoria e incluso feliz, pero a mí, más allá del egoísmo y la insolidaridad que implica, se me hace un imposible.

Pero, filosofías aparte, la escritura me ha parecido magnífica. La personalidad del personaje casa perfectamente con la sobriedad del texto, su economía de medios, la neutralidad fría que se mantiene hasta casi el final. Solo lo imprescindible debe ser dicho. Hay un esmerado mimo por el detalle, por la palabra precisa, por trasmitir el hedonismo de los pequeñísimos placeres; las descripciones son contenidas, muy visuales, remitiendo siempre a las sensaciones físicas. Y ese fantástico estallido final, rápido, implosivo al que le sigue una calma reflexiva, feliz. Brillante.

Asocio esta obra con la famosa novela kafkiana del insecto. Pareciera como si Camus hubiera querido reescribir el final de aquella.

A ver si no (cuidado, a partir de aquí destripo el argumento de la novela):

Antes del suceso que lo cambia todo, las vidas de los protagonistas de ambas novelas transcurren en una monotonía apacible, nada apasionante pero tampoco desagradable, incluso placentera en sus pequeñas cosas. Tras el acontecimiento, los dos protagonistas se descubren entes inhumanos en los ojos de quienes los rodean, uno en apariencia y progresivamente en todo su ser y el otro por su absoluta falta de deseos, sentimientos, moral, por su indiferencia absoluta ante los otros y la vida. En ambos casos, bicho y extraño, producen repulsa en aquellos que los juzgan, en una sociedad que los ve como individuos de otra especie, distintos e inquietantes y, por tanto, peligrosos. En ambos casos, el veredicto es la condena a muerte.

En las dos obras el acontecimiento que inicia el cambio es ajeno a ellos. En el caso de El extranjero es menos evidente. Aunque Meursault dispara, al menos el primero de los disparos lo acomete como ido, como si la cosa no fuera con él, como si, de la misma forma que se produce, pudiera no haber sucedido, sin motivación alguna, como algo que le ocurre.

Tras el suceso, en su celda, Meursault despierta al absurdo de la misma forma que Sansa lo hizo en su habitación. Pero ese descubrimiento no es instantáneo en el extranjero. En un principio mantiene sus hábitos acomodaticios, pasivos, de conformidad con las circunstancias en un mundo donde nada importa mucho y todo es lo mismo.

“si me hubiesen hecho vivir en el tronco de un árbol seco sin otra ocupación que la de mirar la flor del cielo sobre la cabeza, me habría acostumbrado poco a poco. Hubiese esperado el paso de los pájaros y el encuentro de las nubes”

A medida que trascurre el juicio, Meursault descubre la mirada de los otros (hecho que ya empezó a producirse en el entierro de la madre) y con ello su vida, que había consistido en un tranquilo y sosegado día a día, sensible únicamente a las sensaciones físicas, sin ningún tipo de reflexión pero sin estar sujeto a normas ajenas a él, cambia con el enfrentamiento consigo mismo, con él en medio de los otros, con él en la vida y, por encima de todo, con él ante la muerte. Descubre el sin sentido, el absurdo. Toda esperanza no crea más que dolor. Cambiar de vida es una completa ilusión. Nada importa, las relaciones humanas son fantasmas sin trascendencia, nada es relevante, da igual una cosa que otra.

Pero, y aquí está el gran cambio, la respuesta de Meursault ante su recién descubierta “inhumanidad” no podía diferir más de la del insecto de Kafka. Si Sansa se deja morir, sintiéndose separado del mundo, infeliz, el personaje de Camus se revela, estalla ante la muerte próxima, su indiferencia desaparece y su primera reacción ante el absurdo es de cólera

“¡Qué me importaban la muerte de los otros, el amor de una madre! ¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí y conmigo a millares de privilegiados que, como él, se decían hermanos míos! ¿Comprendía, comprendía pues? Todo el mundo era privilegiado. No había más que privilegiados. También a los otros los condenarían un día. También a él lo condenarían. ¿Qué importaba si acusado de una muerte lo ejecutaban por no haber llorado en el entierro de su madre?”

Y tras la tormenta, vuelve la calma, una calma que es ya muy distinta a la que hasta ese momento había caracterizado su vida; en estos últimos momentos la calma se hace reflexiva, propia en un sentido profundo. Había, por primera vez, tomado los mandos

“Como si esa gran cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de signos y de estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraterno al cabo, sentí que había sido feliz y que lo era todavía”

Al fin y al cabo, había comido cuando había sentido hambre, había bebido cuando había sentido sed, había follado cuando había sentido deseo. Y ahora, en su momento final, Meursault se presenta orgulloso, fuerte como para no necesitar las mentiras consoladoras que el hombre ha inventado para afrontar su vida y su muerte (el ateísmo de Meursault es el más perfecto posible: no se rebela ante la idea de la existencia de Dios, no lo niega, simplemente no lo considera, es un problema inexistente, irrelevante, sin importancia alguna), y repudiando a esta sociedad ciega e ignorante de la que se siente orgullosamente distanciado se enfrenta con su final.

“Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio.”
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