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Crítica de jumalo16


jumalo16
27 April 2023
El libro fue un obsequio de las hermanas de Andrés. Estábamos sentados en primera fila los finalistas del concurso de cuentos que lleva su nombre, en su segunda edición. Esperábamos el llamado a la tarima para conversar con los jurados. Hablábamos entre nosotros con timídez cuando fuimos interrumpidos por la presencia de dos ancianas. Las dos hermanas del Siemprevivo, cuyos nombres no recuerdo, tenían un obsequio y muchos elogios para nosotros. Creo que me apretaron el cachete mientras decían "son solo unos niños". Era el menor de los finalistas. Tenía en ese entonces 20 añitos. Recibí de las manos que quizá acariaron a Andrés (o Andrés a ellas) el libro que ahora voy a comentar. Estaba esperando tener la edad de Andrés para leerlo: los penumbrosos 25. Llegó la hora.

Bailar, gozar, volverse nada en el tono estruendoso de la madrugada, quebrantar el oxidado sendero del mundo adulto son las consignas de la novela. La rubia, la rubísima decaída en la cama de algún amanecer emprende el viaje por la desenfrenada ciudad. Calicaliente, Calicalabozo, Calicanibal. La noche es la vida, según Carmen. La noche es el aliento que se se ve coartado por el sol de los días. La noche es el ritmo de la salsa haciendo desaparecer todo pensamiento de tinieblas o de lágrimas. La noche son las pepas, el perico, la coca, el acohol y el movimiento vomítivo, el nocturno movimiento de jóvenes hastiados de la descarada productividad que trae consigo el día. Carmen solo quiere bailar porque en el baile no está la tradición burguesa de sus padres o de la "alta sociedad" caleña, en el baile solo está su cuerpo pensando más genuinamente que su mente que la acecha en las mañanas.

La jóven lectora, la rubia inteligente se sale de las casillas construidas por sus padres y se topa con su propio ritmo, un ritmo suicida, un eufórico ritmo que la va llevando a algo tan melancólico como escribir un libro en una noche, en íntegra soledad, en una habitación con solamente un espejo. y la rubia con sus memorias en el papel, con el eco de la intensidad juvenil que ya va dejando de serlo.

Andrés Caicedo supo imprimirle sabor y ajetreo a su novela. El ritmo es incluso asfixiante, tantas 'comas', tan pocos puntos. No hay lugar para descansar. Si la rubia aguanta una noche de baile, ¿por qué el lector no va a aguantarse toda una hoja de imagen tras imagen, pepa tras pepa, pensamiento tras pensamiento? Fue toda una sorpresa hallar un lenguaje que creí propio del parlache de Medellín, pero que en Cali ya se estaba inaugurando. Las expresiones no son lejanas, a pesar del tiempo considerable que nos separa de la Cali de Andrés. Hay metáforas que todavía se preservan en las calles de estos pueblos espejo de las ciudades colombianas. El ritmo es demencial, las aventuras son invivibles, solo puedo vivirlas en este libro, la realidad no me da para tanto. No podría aguantar siete días de voleo de zapato al son de Richie Ray. La música también es agonía, ese vivir de la música también va anunciando una pronta oscuridad.

Decir que me gustó o no me gustó siento que son ya, a mis 25 años, consideraciones vacuas. Yo simplemente me permito vivir la experiencia que me ofrece la novela. Me dejo sumergir por la inmadura genialidad de Andrés, me dejo llevar por su libro de iniciación y de consagración. ¡Qué viva la música y qué viva la juventud relegada, la que solo vive para sus bailes, sus vueltas, sus constates huires, sus melancólicos venires! ¡Qué viva Andrés con sus reniegos, con su precoz pero eterna canción! La novela es un disco que no va a descansar hasta dejarte sudando, y tú sudas, y en el sudor está la clave, la dicha y la amargura!
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