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La escritura de Milena Busquets me desconcierta. Su vida es cosmopolita, afrancesada y ligera, podría llegar a cautivarnos. Sin embargo, encuentro una gran superficialidad que reivindica entre gritos de auxilio. La incesante búsqueda del amor y un ego irritante lo sugieren. La vida de una escritora de cuarenta y tantos años transcurre sin grandes sobresaltos, entre sus dos hijos y una relación que parece a punto de terminar. Pero esa existencia razonablemente plácida se ve sacudida por la reaparición de un fantasma del pasado en forma de repentino recuerdo: Gema, una compañera de colegio que murió de leucemia con quince años. Pero, tras su lectura, una sabe que Gema no es una niña muerta, es una excusa. Se esfuerza poco por disimular que no soporta el ocaso de la pasión en las relaciones amorosas y que la amistad no va con ella, se le antoja un estatus plano. “(…) la frivolidad, formidable vehículo para la inteligencia y el humor, había sido aparcada y relegada.” Es posible que todas la mujeres nos busquemos un poco en una Milena que no se ha encontrado. También lo hacemos aquellas que escribimos: “…egos gigantescos, amores y odios furibundos y una cierta endogamia y tendencia a la exageración”. Esta novela autobiográfica, aunque Milena haya cambiado nombres y ficcione algunos hechos para adaptarlos a la historia, nos da una lección de cómo vivir el presente y la necesidad de cerrar un capítulo de nuestra vida para poder seguir viviendo en paz. Algo así le ocurre a nuestra protagonista, pero es algo que quizá no se entienda hasta llegar al final del libro. No obstante, he encontrado párrafos cargados de un contenido liviano y profundo, vitalista y compungido, con esa belleza en lo cotidiano que tanto me gusta. |
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