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Crítica de Guille63


Guille63
07 March 2023
Transcurridos muchos años, y basándome únicamente en la sensación que recordaba de mi primera lectura, cuando me incorporé a Goodreads decidí darle cuatro estrellas. Ahora, viendo que ha pasado ampliamente la prueba del tiempo subo a cinco, se las merece de sobra.

“Prefiero una persona educada de siempre, que ha sabido comer, ha tenido servicio en casa, con buena pinta, buenos genes, raza… Todo lo que marca la diferencia.”

Esta cita no es de la novela, es una frase real y reciente de una tipeja de mi país que demuestra lo actual que sigue siendo el relato de Bryce.

“…iba atravesando, la Lima de hoy, la de ayer, la que se fue, la que debió irse, la que ya es hora de que se vaya, en fin Lima.”

Porque esa Lima que existió, que sigue existiendo y, dejémonos de mierdas, que siempre existirá en cada ciudad de cada país del mundo, mantiene invariablemente en su seno “muchachadas del barrio Marconi” que algún día sustituirán a los Juan Lucas y a las Susan de turno en ese universo propio separado de la sociedad, a la que utilizan a su antojo y mantienen lo más alejada posible, ya que, como dice Susan, la gente bien “no tolera nada desagradable… no se le cuenta que la gente sufre y se muere”.

“Nuevamente participaba Julius con los sirvientes en conversaciones en que los sirvientes se hablan de usted y se dicen cosas raras, extrañas mezclas de Cantinflas y Lope de Vega, y son grotescos en su burda imitación de los señores, ridículos en su seriedad, absurdos en su filosofía, falsos en sus modales y terriblemente sinceros en su deseo de ser algo más que un hombre que sirve una mesa y en todo”.

Y una de las razones de que esto fue, es y será siempre así, y no es la menor de todas, es que, además de esos Juan Lastarria que sin escrúpulos lograrán entrar de vez en cuando en esa oligarquía económica bajo la mirada despreciativa de los oligarcas de pura raza, también existirán siempre los lacayos, los Celso, los Carlos, las Vilma, las Arminda…

“Arminda envejece pegada a una familia, sin preguntar, callada desde hace años, los quiere a todos mientras plancha la ropa, o sentada en un banco de la cocina observando su silencio, a veces logra ver al señor y nunca ha juzgado a la señora.”

Todo esto, los de arriba despreciando y necesitando a los de abajo, los de abajo admirando a los de arriba de los que se sienten orgullosos de servir y con los que, con nulas posibilidades, sueñan codearse, está retratado maravillosamente en la novela de Bryce con una ternura tiznada de mala leche que hace de la novela un texto duro y encantador, irónico y despiadado, bajo la mirada naif de un niño de diez años llamado Julius, uno de esos raros especímenes que salen de vez en cuando de esas “muchachadas del barrio Marconi” que instintivamente captan las injusticias que se establecen entre los dos mundos. El resultado que consigue Echenique es algo así como una mezcla limeña de El príncipe destronado, Diario de un cazador y, por supuesto, Los santos inocentes del inolvidable Delibes.
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