Fleishman está en apuros

Se puede decir que es un relato ácido de la sociedad neoyorquina, una crítica a todas aquellas voces que se alzaron en su día para prometer a la mujeres que había llegado su tiempo, que jamás deberían de sentirse infravaloradas en su trabajo solo por ser mujeres. Pero también es algo más, un cambiar de víctima, un Fleishman adoptando el rol de una mujer, de la que trabaja en lo que le gusta, de la que ama a sus hijos, de la que les prepara las comidas y espera a que llegue su mujer a casa... Y también es una absurdidad, un constreñir la mente y poner todos los huevos en un mismo cesto: el del sexo. Tanto sea para buscar la propia identidad, como para reafirmar el poder.

¿Quienes somos? ¿Qué esperan los demás de nosotros? ¿Cómo nos vemos a ojos de los demás? Preguntas sin sentido, que lo único que consiguen es sacar a flote la propia debilidad de los personajes, ese afán por conseguir las mismas metas que han visto en sus semejantes, sin pensar, sin un darse cuenta de que en su lucha o no lucha, había algo más escondido: el no sentirse merecedores de todo lo que habían conseguido y de querer siempre más, de transformar sus vidas en un espejo vacío donde los demás pudieran ver sólo la opulencia de sus vidas.

Si Fleishman es algo, es una mujer perdida, hundida, menospreciada y comprada por el dinero.