Lo que no tiene nombre

Es inevitable encontrar un lenguaje poético a través de las letras en esta historia, su historia, la de Daniel. Párrafo tras párrafo nos encontramos con una narrativa que acaricia la herida, sí, así de ambivalente es el sentimiento que desprende. Y es que como lectores encontramos cierto placer en leer una historia con un lenguaje tan particular y por otra parte nos enfrentamos con la magnitud de la historia, la de una madre narrando la pérdida de su hijo.

Daniel fue un artista plástico que debido a la alienación dejó un vacío en la vida de todos sus seres queridos y en el mundo artístico.

Siendo un adulto joven fue medicado para un tratamiento contra el acné, el cual se cree que fue el detonante de una depresión que vino a exponer la esquizofrenia. Desde el día 1 en el que su madre, Piedad Bonnett, recibió la noticia, sabía que los laberintos de la alienación tarde o temprano le arrebatarían a su hijo. Y así es como a lo largo 130 páginas divididas en cuatro partes y nos encontraremos con esta catarsis, la de una madre que vive y se desvive por su hijo, que acompaña y a la vez deja que ese muchacho siga su vida con la mayor normalidad posible hasta ese fatídico día...

Piedad comparte sin mesura sus preocupaciones, ese hiperenfoque que desarrollamos las madres ante la enfermedad de alguno de nuestros hijos en el cual aún con angustia nos queremos comer toda la información posible, remedios, tratamientos disponibles, etc con tal de ver bien a nuestros hijos. Porque no importa cuán desolador sea el diagnóstico, una madre siempre tendrá esperanza.

Una historia que visibiliza el tabú y todo lo que gira en torno a una enfermedad psiquiátrica.