El secreto fabergé

Nunca ha sido tan apropiada la castiza expresión "acabar hasta los huevos" para un libro.

La novela de los Kinder sorpresa para ricos es una historia que nunca encontró el norte. Incluso he tenido que esforzarme mucho para convencerme de que Charles Belfoure no tenía siete añitos.

Lo que más me sorprende es que a este arquitecto de profesión se le hayan concedido becas y galardones como historiador. No lo entiendo. le faltó decir que en el asesinato de Rasputín estuvo involucrada mi prima.

Documentado en Wikipedia o similar, el autor se queda a un cuarto de camino en todo.

De Peter Carl Fabergé poco nos cuenta. Una breve aparición y dos datos nada sudados.
El autor sin duda, siente mayor predilección por sus huevos. (joyas con esa forma, de oro, diamantes y otras piedrecitas en cuyo interior hay miniaturas muy trabajadas y su valor, indecente)

El número de piezas de orfebrería que Carlitos va introduciendo con calzador cada dos páginas, indigesta: peines, pitilleras, relojes y un largo etcétera que, gracias a dios, no redondea con inodoro o botijo de pitorro ancho.
La opulencia hasta sangrar de la nobleza rusa queda clara, pero aburre.

Tampoco está muy acertado con los pogromos (matanzas, generalmente a judíos) donde el becado va a salto de mata sin orden ni concierto.

Las causas de la revolución rusa de 1905 están presentes de aquella manera.
La derrota frente a Japón en Port Arthur está narrada como la gran hecatombe cuando en realidad hundieron cuatro barquitos.
En cuanto al Domingo sangriento pese a su veracidad, se queda corto.

El secreto de Fabergé es una novela que idiotiza en exceso a una nobleza donde el más tonto es el Zar.
La conspiración construida para asesinar al último Romanov es absurda e infantil. En realidad todo el libro lo es.

Dos ejemplos:

El cambio radical de Lara, esposa de Dimitri (el prota) no hay forma de entenderlo ni justificarlo.

Hay una escena donde están huyendo dos personajes escondidos en una carreta cargada de paja. al conductor se le cae una caja. Dos cosacos le dan el alto. Los caballos empiezan a comer la paja y casi los descubren.
¿Tanta hambre tenían los equinos como para comerse una carreta entera? ¿Tan lejos había caído la caja? ¿Cuál es la velocidad del conductor con respecto a la masticación de los caballos?
Y todo esto narrado con el mayor dramatismo de una fuga. Insuperable. ¡Aprende Dan Brown!

Quizá lo único rescatable sea la recreación del libertinaje o cuernos consentidos que pusieron de moda los franceses y que la burguesía del vodka aceptó y practicó de buen grado. Era consentido y bien visto tener amantes, pero no publicitarlo.

En definitiva un libro con muchos mimbres para hacerlo interesante al que el autor jamás le tomó ni pulso ni rumbo.
Enfoque y ejecución un desastre.
No vuelvo a comer huevos de pascua en años.