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Crítica de Homolectus


Homolectus
23 January 2022
Peter Pan es un niño que vive en el País del Nunca Jamás, es el líder de los Niños Perdidos y le hace la vida imposible a su archienemigo, el capitán James Garfio. Es también el protagonista de las historias que Wendy Darling le cuenta en las noches antes de ir a dormir a sus dos hermanos John y Michael. Pronto todos estos niños se conocerán e irán al País del Nunca Jamás por motivos diferentes: Wendy porque ahora es la madre de los Niños Perdidos, sus hermanos porque quieren ser parte de las aventuras antes solo habían escuchado y Peter porque le huye al mundo real, no en vano es el niño que no quería crecer.

Esta es la novela de la cual surge la película de Disney de 1953, que a su vez surge de una obra de teatro del mismo autor estrenada en 1904. Así que Peter y las aventuras que vive junto a los Darling en el País del Nunca Jamás son bien conocidos por al menos cuatro generaciones distintas, así haya —como en cualquier adaptación de Disney— diferencias considerables con la obra original.

Lo cierto es que, para mí, esta es la primera vez que leo el libro de Barrie y fue inevitable que en mi cabeza hicieran aparición los personajes tal cual nos los presentó la compañía del ratón en su momento, sin duda producto de la popularidad de la que goza el personaje y la caracterización de la casa del ratón.

Si bien la historia es sencilla, bastante lineal y no presenta giros drásticos en su desarrollo; puede leerse con ciertas claves que revelan más de lo que uno espera de un cuento para niños, y creo que ahí es donde está el valor más alto de la obra.

Barrie juega con nosotros desde el principio, nos presenta una familia que parece ser muy típica para el Londres del siglo XIX, pero que pronto revela algunas extrañezas propias. de estas la más notable de todas es el hecho de que la niñera no es una humana como en la mayoría de los casos, sino una perrita llamada Nana, pues según el señor Darling es mucho más económica que una niñera tradicional. Así se nos presenta al típico padre proveedor que no está presente en la crianza de sus hijos más allá que de los costos que debe asumir.

Del otro lado está la señora Darling. de nuevo una mujer muy enmarcada dentro del arquetipo, pero que goza de una extraña habilidad que usa todas las noches mientras sus hijos duermen: esta mujer es capaz de ver los sueños de sus hijos con el fin de organizar sus pensamientos. Este papel de la madre como ente ordenador no es extraño en los cuentos, pero la forma en que Barrie lo presenta no es usual y es tan onírico como el mismo Peter.

El quid del asunto es justamente los niños, tanto los Darling como los Niños Perdidos, y son estos los que exhiben los elementos que más llamaron mi atención. Por un lado, está el juego de rol que hace su presencia en toda la obra y que es tan propia de la infancia; creo que todos recordamos haber jugado en algún momento al papá y la mamá, al doctor y un largo etcétera de juegos que incluían tomar algún rol de la sociedad adulta. Acá cada tanto uno u otro personaje debe de tomar un rol diferente al de niño: bien sea el de madre —que le corresponde a Wendy y es el más presente en la obra—, el de médico e incluso el de pirata.

Junto con esto está el hecho de que nos encontramos con una sociedad constituida exclusivamente por niños, que no solo deben preocuparse con lo que atañe a la niñez, sino también otras situaciones no comunes en esa edad. Esto pronto va a llevar a descubrir que no existe una ética propia de los niños y que la presencia de un ente ordenador como el de la madre es necesario en todos los aspectos de la vida. Quizás lo más escabroso de este asunto es el descubrir como los Niños Perdidos son capaz de matar a alguien sin sentir culpa alguna y ser capaces de enfrentar la muerte sin miedo, tomándola como parte de la vida. Estos temas claramente quedan por fuera de la versión rosa que hemos visto tantas veces en la televisión.

De esta forma, la obra también se vuelve bastante contraintuitiva y crea una especie de realidad diferente para los niños. No lo digo por el hecho más obvio de todos —el estar en un mundo fantástico—, sino por la reasignación de términos que reciben algunas palabras por parte de los niños con el único fin de tener un consenso sobre lo que es cada cosa que los rodea. Finalmente, un beso es un beso y tranquilamente se pudo llamar un corcho y seguir siendo un beso.

La novela me costó leerla por un hecho con el que nunca había tenido problema alguno hasta hoy. El narrador es simplemente un estorbo y no define su presencia dentro de la historia. Por momentos es ausente y se limita a narrar los hechos, en otras ocasiones hace apariciones imprevistas para adelantar algo o se dedica a intentar establecer un diálogo con el lector. Esto me desconectó mucho porque una vez estaba acostumbrado al tono que había tomado la historia en un momento determinado, de nuevo se cambiaba y todo volvía a empezar. de esta forma no tuve cómo acostumbrarme al narrador y me llegó a estorbar bastante.

Los personajes también dejan mucho que desear en su desarrollo. El único que logra un desarrollo considerable es nada más y nada menos que Peter Pan, de resto todos parecen paisaje al lado de él y simples herramientas para que este viva sus aventuras. Esto me llevó a no sentir empatía por ninguno, identificarme con alguno o incluso intentar descifrar las decisiones que iban tomando. Una pena que los personajes sean solo nombres.

El final no deja de ser un poco triste y albergar un aire melancólico. Me recordó un poco a Narnia con el asunto de dejar de creer en tanto en Peter Pan como en Narnia y Aslan. Ahora no sé si Lewis en algún momento tuvo en la cabeza esto cuando redactó el final de su saga.

Con todo esto, creo que Peter Pan merece ser leído quizás en otra época de la vida y con el contexto en el cual fue creado el personaje y sus historias; no en balde sigue gozando de fama entre los más pequeños de la casa, y claramente todos sabemos que el camino para llegar a Nunca Jamás es “¡La segunda a la derecha y todo seguido hasta el amanecer!”
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