Permafrost

La protagonista de “Permafrost” es una mujer de 40 años que siente que no encaja en el mundo. En las reuniones sociales es vista como un elemento extraño, lejano. Tampoco encaja en su propia familia, donde siempre ha sido considerada una decepción. Primero por ser lesbiana, luego por su inhabilidad para conseguir un trabajo estable, más adelante por no ser capaz de proporcionar nietos a su madre.

Este párrafo resume perfectamente estas sensaciones, además de darnos la clave del título de la novela (permafrost es una capa de suelo congelado permanentemente):

“Soy yo, la extraña que todos reconocen, esa que parece de mentira bajo su capa de hierba corta y consistente. Tengo un buen recubrimiento, impermeable como el de los bosques, pero no es mentira, no: la dureza del hielo preserva un mundo habitable, sólo que dormido.”,

Ella también juzga a las personas que tiene a su alrededor, ojo. Considera que la de sus seres cercanos es una vida artificial, una forma de vivir sin vivir realmente, en piloto automático, como vivir desangrados.

Pero aunque ella ha conseguido alejarse de todas esas expectativas sociales que considera que constriñen a los demás, no puede evitar sentir una constante insatisfacción personal. de hecho, no deja de imaginar maneras de suicidarse, y su única vía de escape es el placer carnal. Son muchas las mujeres que pasan por sus sábanas, pero ninguna es capaz de traspasar esa capa de hielo.

El texto de “Permafrost” se siente como cuchillos que te atraviesan sin previo aviso. Pero si algo destaca por encima de todo en esta novela, es la ingente cantidad de metáforas estrafalarias de las que hace uso Eva Baltasar. Sus inesperadas asociaciones de ideas e imágenes pueden parecer chocantes en un principio, pero están muy pensadas.

El resultado es un libro impactante, crudo e incluso algo arisco, y por todo ello no creo que sea del gusto de todos, aunque mi valoración final es positiva y me apetece leer el resto de la trilogía.