El cuento de la criada

¿Se podía decir algo más de lo que ya se ha dicho? No, no lo creo.

Es una novela que hoy está de moda porque una gran potencia mundial retrocedió varios años. Para algunos será lo esperado, lo ideal, pero para las mujeres no debería ser así, cada vez que se quiera controlar un cuerpo bien sea alentando cambios o censurándolos debería ser motivo de miedo y de temor porque eso, al final, siempre implica despojar ese cuerpo del poder de decidir. Si no podemos ser dueños de nuestro cuerpo, de este conjunto de órganos, tejidos y células que es nuestro territorio, ¿Qué nos queda?

Nada. Ya no queda nada, porque con la prohibición viene el control. Con el control el desarraigo. Con el desarraigo la violencia. Con la violencia la destrucción. Y la destrucción pone el último palazo de tierra sobre la libertad. Y ella no puede gritar porque su boca fue sellada. No puede correr porque sus piernas fueron cortadas. No puede construir porque sus manos fueron quemadas. Solo puede obedecer al tiempo que se va marchitando y va olvidando quien es.

El cuento de la criada es la lucha de una mujer por ser y por estar, para hablar, para escribir, para bailar, para cantar, para mirar, para correr, para reír, para soñar, para comer, para hacer y deshacer, en última instancia todo aquello que implica vivir, decidir y existir. Es una distopía para los que tememos un mundo donde las contradicciones reinan y los amos de dichas contradicciones gobiernan a su antojo y las validan y a la vez una utopía para quienes esto constituye un ideal y un deber ser.