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Crítica de JuanjoAranda


JuanjoAranda
23 August 2023
El 23 de agosto de 1993 me acosté entre unas cuantas de cajas de cartón y un par de maletas que contenían los objetos y ropajes más valiosos de mi familia. Habíamos decidido marcharnos para siempre. Ya he contado en varias ocasiones que crecí en el campo, donde solo unas cuantas casas salpicadas aquí y allá contrastaban con la naturaleza en su estado más puro. Éramos pocos vecinos, pero nos conocíamos todos, nos ayudábamos, nos apoyábamos y remábamos todos en la misma dirección.

Éramos una comunidad bastante pobre que vivía principalmente de la ganadería y la agricultura, o como decían los mayores, de lo daba el campo. Las comunicaciones, eran inexistentes, lo que no podíamos obtener del campo nos llegaba una vez a la semana en un camión de un vendedor ambulante que tenía una tienda en el pueblo más cercano, los conocimientos iban pasando de generación en generación y lo que no podíamos explicar lo convertíamos en mito, leyenda o superstición (para la cual siempre había un contrahechizo de alguna abuela autóctona)

El caso es que empezábamos a estar un poco hartos de nuestra precaria forma de vida. La inundación se llevó dos años atrás todo lo que encontró a su paso, la tierra se estaba volviendo de un marrón oscuro que impedía que creciera nada más que matojos y cardos borriqueros, la plaga de gorgojos se habían adueñado de los patatales, la ola de calor de ese verano había secado los pozos y las albercas… aunque yo creo que el colmo fue el incendio que se estaba comiendo poco a poco la vegetación del monte y avanzaba a paso firme hacia nuestras casas… creo que ahí fue cuando se decidió que abandonábamos el lugar para siempre.

Lo que no sabía nadie es que la mañana del 24 de agosto nos tenía una sorpresa preparada. Esa madrugada mi vecino Tomás se disponía a hacer una jaula con unos cuantos de palos para su pavo real, el único animal que les quedaba con vida. Fue a buscar unas maderas al lecho del arroyo con el hacha en ristre. El problema de Tomás es que se estaba quedando medio cegato y la puntería no era lo suyo, y cuando se disponía a cortar una rama en dos, erró en la maniobra y el hacha se clavó en una manguera que estaba oculta entre la maleza del cauce del arroyo y que conectaba con un miniembalse al pie de la montaña y que se encargaba de abastecer de agua potable a todas las viviendas.
Cuando todos despertamos el arroyo estaba lleno de agua.

El segundo acontecimiento importante del día tuvo lugar cuando todos nos reunimos en las inmediaciones del arroyo para que Tomás nos explicara qué había pasado. Mientras hacia aspavientos, Tomás, que ya sabes que la vista no era su fuerte, se fue a apoyar en el tronco de un almendro seco, pero el tronco quedaba a unos cinco centímetros a la derecha de donde Tomás puso la mano. Por un principio físico simplísimo, al no encontrar resistencia, la mano de Tomás se precipitó al vacío arrastrando todo su cuerpo detrás y como se encontraban al borde del arroyo… tampoco fue tan dramático, porque Tomás realmente necesitaba ese baño. Lastima que nadie llevara un poco de jabón en los bolsillos.

En fin, de esa forma quedó oficialmente inaugurada la primera (y única) piscina municipal de la aldea. Sebastián, otro vecino, intentó ayudar a Tomás a salir del agua. le ofreció su mano desde la orilla, y fue aquí donde aprendimos otro principio básico de la física aplicada al día a día: Sebastián pesaba 55 kilos. Tomás 93. Yo no digo que la intención no fuera buena ehh. Solo digo, que bajar es más fácil que subir y que la gravedad tampoco ayuda en estos casos. Pues nada, Sebastián al agua.
El resto de los chavales lo vimos divertido de lo los saltos al agua y pedimos por favor que si podíamos quedarnos ese día jugando en el arroyo. No nos pudieron decir que no. Bueno, realmente no nos pudieron sacar del arroyo. Éramos más rápidos.

El agua no solo sirvió para que todos (adultos incluidos) nos lo pasáramos pipa. También hizo que armados con cubos, baldes y demás recipientes consiguiéramos transportar agua para apagar el incendio. Suerte que cuando estábamos llegando empezó a llover y nos pudimos dar la vuelta, porque no creo que con ocho cubos de agua hubiéramos hecho mucho. Llovió durante tres días, los campos se regaron, la tierra empezó a volverse cultivable, el pavo real de Tomás cantaba con alegría como si fuera natural de las Islas Canarias y entre todos volvimos a ponerlo todo bonito y habitable.

Luego llegó una familia de alemanes que se enamoró del entorno, crearon una empresa de gestión de alojamientos rurales, se convirtieron en nuestros vecinos y nos llevaron en pos de la prosperidad, pero ese es otro tema.

Haciendo una elipsis enorme, gracias a todo eso nos quedamos en la aldea, estudié, conocí a Tamara, abrimos una librería y hemos tenido la suerte de leer libros tan bonitos como “Y del cielo cayeron tres manzanas”, del que parece que no he hablado nada, pero en realidad no he dejado de hablar. Pero este también es otro tema.

Hay dos cosas realmente importantes en todo lo que te he contado. La primera es que os va a encantar este libro. La segunda… bueno, la segunda la tienes que descubrir tú.

Hay quien vio el suceso que acabo de contar, hay con lo contó y quien en su momento lo escuchó, pero lo curioso es que hoy hace exactamente treinta años que me acosté pensando que me tenía que marchar del lugar donde había crecido y que todo se acababa sin saber que lo mejor estaba por venir. Que disfrutes de este libro.

https://www.lalibreriaambulante.es/es/libro/y-del-cielo-cayeron-tres-manzanas_F050320026
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