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Crítica de Guille63


Guille63
07 March 2023
“Me dan pena los que leerán este libro, y los que no lo leerán también…”

Me da algo de apuro, es tal el horror que aquí se recoge, tan conmovedor, tan fascinante la forma collage de expresarlo a base de las voces de sus propias protagonistas, que me parece casi un delito confesar que, después de las maravillas que para mí fueron «Voces de Chernobil» y, sobre todo, «El fin del homo sovieticus» , este me ha dejado a medias.

“Deja de recordar la guerra para recordar su juventud. Un fragmento de su vida… Hay que atrapar ese momento. ¡Que no se escape!”

El gran acierto de la autora fue encontrar esa forma distinta y potente de contar una historia, una forma que aquí estrenó y que perfeccionó en sus siguientes libros: centrarse en el relato de sus protagonistas, en los sentimientos de aquellas mujeres jóvenes que se alistaron en el ejército ruso en la Segunda Guerra Mundial. Una perspectiva nueva que no era una mera búsqueda de originalidad.

“Los hombres se ocultan detrás de la Historia, detrás de los hechos; la guerra los seduce con su acción, con el enfrentamiento de las ideas, de los intereses…mientras que las mujeres están a expensas de los sentimientos… Sus recuerdos son distintos, su forma de recordar es distinta.”

El problema del libro, o la causa del problema que en él encontré, es que fue escrito en 1985, 6 años antes de la disolución de la U.R.S.S., y, aunque la edición incluye algunas de las partes prohibidas por el censor, creo que el libro adolece de una profunda autocensura por parte de la autora y también de las mujeres que se prestaron a la entrevista. Una autocensura sin la que, seguramente, no hubiera podido ver la luz en aquellos tiempos, lo cual fue posible gracias a Gorbachov y su glasnost que permitió que en el libro se trataran, aunque a veces muy de pasada, ciertos aspectos de la guerra que hasta ese momento habían sido un tabú inabordable.

“Con diecinueve años me entregaron la Medalla al Valor. Con diecinueve se me quedó el pelo blanco.”

Así, el libro se ocupa en su mayor parte de glosar, por un lado, el horror de la guerra, el sufrimiento que supuso para la población rusa y especialmente para sus soldados y aún más especialmente para las mujeres soldados; en segundo lugar, y a veces de una forma un tanto reiterativa, el valor, el amor a la patria y el espíritu de sacrificio de las mujeres, tanto de las que se quedaron como, principalmente, de las que se alistaron dejando atrás a padres, madres y en ocasiones a sus propios hijos; también hubo madres que se los llevaron consigo al unirse a los partisanos y quien llegó a utilizarlos en sus operaciones, eran un buen camuflaje, quién iba a sospechar de una madre con su hijito en brazos.

”Ay, nenas, qué puñetera fue esa guerra... Vista con nuestros ojos. Con ojos de mujer... Es horrenda. Por eso no nos preguntan...”

También hay un gran espacio en el libro dedicado a comentar lo chocante que fue el encuentro de esas mujeres con el ejército nada preparados para su incorporación.

“¿Me preguntas que qué es lo más espantoso de la guerra?... Crees que te voy a responder: «Lo más espantoso de la guerra es la muerte». Pues te voy a decir otra cosa… Para mí, lo más terrible de la guerra era tener que llevar calzones de hombre.”

“Yo había guardado a hurtadillas unos pendientes, me los ponía de noche, antes de acostarme...”

“Los soldados se burlaban de cómo sujetábamos los fusiles. No lo hacíamos de la manera en que se suele sostener un arma, sino… Igual que cogíamos a nuestras muñecas...”

Comentarios que sirven de respiro entre las partes realmente duras, como leer que muchas de ellas se alistaban al ejército por amor a la revolución y a Stalin, aun cuando padres o maridos suyos habían sido duramente represaliados por el régimen (más de una se alistó para poder demostrar a sus vecinos y al partido que eran buenos comunistas). Había quién fue a la guerra entregada por sus propios padres, y muchas otras lo hicieron por vengar las barbaridades que los alemanes perpetraban a su paso por las aldeas rusas. La mayoría simplemente se dejaba llevar por la euforia del momento, su juventud, su ignorancia, su idealismo, su amor a la patria.

“En la escuela nos enseñaban a amar a la muerte. Escribíamos redacciones sobre cuánto nos gustaría entregar la vida por…Era nuestro sueño.”

De las barbaridades de los alemanes se dan algunos ejemplos aterradores, aunque no muchos, pero menos aún son los que se atribuyen al ejército soviético: apenas hay una o dos declaraciones sobre ello y siempre justificando la acción en una supuesta justicia o compensación.

“Los hombres llevaban tanto tiempo sin mujeres... y además, claro, el odio nos desbordaba. Entrábamos en un pueblo o en una aldea: los tres primeros días se dedicaban al saqueo y a... recuerdo a una mujer alemana violada. Yacía desnuda, en la entrepierna le habían metido una granada. Ahora siento vergüenza, pero en aquel momento no la sentí.”

Tampoco se habla apenas de los abusos que tuvieron que soportar las propias mujeres rusas.

“Allí solo había hombres, era mejor vivir con uno que temerlos a todos. Durante los combates no había para tanto… pero acabado el combate te acorralaban... de noche no había manera de salir de la covacha... allí hubo de todo porque nadie quería morir…De noche me despertaba agitando los brazos: repartía bofetadas, me quitaba de encima sus manos.”

En fin, una época horrorosa que, sin embargo, no logró matar la ilusión…

“Creíamos que después de la guerra, después de aquel mar de lágrimas, viviríamos una vida fabulosa. Una vida bonita. Después de la Victoria... Después del gran día... Creíamos que la gente se volvería buena, que nos amaríamos los unos a los otros. Que todos seríamos hermanos y hermanas. Cómo esperábamos ese día...”

… aunque no tardaría mucho en transmutarse en otro tipo de horror: tras la victoria final, muchos de los que volvieron fueron deportados a campos de concentración sospechosos de traición a la patria. No hay prisioneros en la guerra, hay traidores, decía el camarada Stalin.

“Haber vivido en los territorios ocupados, haber caído prisionero de guerra, haber pasado por los campos de trabajo en Alemania, haber estado en los campos de exterminio: todo levantaba sospechas. La pregunta básica era: ¿cómo habías salido con vida? ¿Por qué no habías muerto?”

Las mujeres, además, sufrieron un desprecio aún más horrible por parte de sus familias…

“Vete... Tienes dos hermanas pequeñas. ¿Quién querrá casarse con ellas? Todos saben que has pasado cuatro años en el frente...”

… y de la sociedad en general.

“Los hombres no abrían la boca y las mujeres... nos gritaban: “¡Sabemos lo que estuvisteis haciendo allí! Os insinuasteis a nuestros hombres con vuestros chochos jóvenes. Sois las putas del frente... Perras militares...”
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