El Sur seguido de Bene

Podría escribir líneas y líneas sobre cada una de estas dos historias de Adelaida García Morales. Quien haya buceado por su obra advertirá un tono uniforme en su escritura, una solemnidad que baña sus historias y una atmósfera abrumadora y magnética en los escenarios por los que transitan sus personajes.
En “El Sur seguido de Bene” ocurre esto mismo. Dos novelas breves narradas, ambas, desde los ojos de una niña. A mí me obsesionan las novelas cuya voz narrativa es la de una niña, por su dulzura e incomprensión. Aparece la mirada infantil hacia lo desconocido, hacia la otredad de los sentimientos de los mayores, y así la narración adopta el tono abrumador de los relatos de terror, aunque aquí los fantasmas no son otros que aquello que las protagonistas, estas niñas, no comprenden.

En "El sur" la protagonista siente que no conoce en absoluto a su padre. Este va cambiando hasta convertirse en una sombra. En “Bene” es el hermano de la niña quien se despega de ella progresivamente. En ambos casos, la causa aparente de ese distanciamiento es una mujer. Sin embargo, en “El sur” dicha mujer sólo llega a ser imaginada por la niña, mientras que en “Bene” es ella, una muchacha que va a trabajar a la casa familiar como criada.

En ambas historias se percibe un velo de melancolía, miedo y dolor frente a lo que parece cotidiano, haciendo que el presente se desvele a partir de recuerdos nebulosos del pasado, de lo perdido, lo ausente. El magnetismo narrativo que recubre dos tramas aparentemente sencillas, el miedo infantil hacia las pasiones adultas, hacia el sexo y hacia lo que de pequeñas se nos escapa, los fantasmas (que no dejan de ser humanos), la sensación de confinamiento en casas rurales; todo esto hace de estos dos relatos, obras exquisitas para degustar despacito, fascinadas y cogiendo de vez en cuando la manta para arroparnos con ella.