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Creo que una gran parte de gente estaría de acuerdo en que cuando dejas este libro, especialmente dado el final, te quedas con esta sensación de pérdida. Una sociedad, una cultura, una historia, un idioma y unas costumbres las cuales el lector ve que comienzan a desaparecer a medida que las cosas se desmoronan. Es inquietante, y para mí en este momento eclipsa otros temas del libro. Porque claro, puedes hablar sobre Okonkwo, y cómo su ambición para llegar a ser uno de los líderes de su clan, ser valiente, tener título, poder lograrlos todos e intentar ser el polo opuesto de su padre, ahuyentó a su hijo Nwoye y causó su propia caída. Se puede hablar de la estricta rigidez y jerarquía de los clanes, en términos de cómo se trataba a las mujeres, cómo se trataba a los hombres, las costumbres en torno a la agricultura y la siembra y las disputas. El protagonista principal no es precisamente el más simpático: es misógino, violento y representa un tipo de masculinidad que muchos encontrarán opresivo. Pero todavía sentí empatía con su difícil situación y la situación de su pueblo, una vez que el Hombre Blanco entró en escena. Él es la forma en que es moldeado por su cultura y circunstancias. No, no tiene que agradarte, e incluso es posible que algunos ni siquiera sientan empatía por él. Ese no es el punto. Achebe no se guarda nada, demostrando que incluso los más fuertes tienen que doblegarse (o en este caso, romperse) debido al imperialismo. Lo que se me queda grabado es ese sentimiento general de pérdida, que algo ha cambiado de manera irreparable y, por lo tanto, no hay vuelta atrás a recuperar lo perdido. |
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