“La felicidad y la dicha no la proporcionan ni la cantidad de riquezas ni la dignidad de nuestras ocupaciones ni ciertos cargos y poderes, sino la ausencia de sufrimiento, la mansedumbre de nuestras pasiones y la disposición del alma a delimitar lo que es por naturaleza.” Siento mucha simpatía por Epicuro, enemigo de trascendencias y religiones, aunque no comparta su sacrosanta defensa de la individualidad frente a lo colectivo ni su indiferencia ante la justicia social o ante estados totalitarios. Y no es que crea que plantee la solución definitiva al problema de la felicidad frente a una muerte segura, un dolor probable y un futuro incierto, pero es indudable, al menos así lo pienso, que lo que más se puede acercar a ello es, tal como Epicuro recomienda, el disfrute sereno de los placeres que la vida pone a nuestra disposición. En estos placeres, Epicuro destaca su subjetividad y su fin: la tranquilidad del alma, la Ataraxia. Para ello es necesario el retiro, la moderación, la indiferencia, reducir el mundo a algo dirigible y digerible. “La autosuficiencia la consideramos un gran bien, no para que siempre nos sirvamos de poco sino para que, si no tenemos muchos, nos contentemos con poco.” Y me gusta también que sea consciente de que sus recomendaciones solo pueden ir dirigidas a unos pocos, pues tan necesarias son unas circunstancias propicias como un talante adecuado. + Leer más |