Editorial Planeta, Colección Popular, 1976, Barcelona.

Magnífico libro de un escritor del siglo XX que falleció con cuarenta y cuatro años, pero que dejó una obra bastante importante y de gran calidad. Esta novela sucede en un cuartel de la guardia civil que está dentro de un castillo y adónde llega un aviso de que en el pueblo vecino ha habido una reyerta y ha fallecido uno de los cuatro guardias que habían ido allí.

Desde que dan el aviso hasta que traen el cuerpo pasan unas ocho o nueve horas y en ese tiempo conoceremos la vida del cuartel y sobre todo, la de esas cinco mujeres que viven allí con sus maridos. No se conoce quién puede ser el difunto y poco a poco iremos conociendo cómo han llegado hasta ese cuartel esas mujeres. Nos cuenta desde su infancia hasta el momento presente, alternando el pasado con el tiempo presente. De esta manera, conociendo los pasados alargamos el libro y la incertidumbre por saber quién ha fallecido aumenta considerablemente. Aprovecha el tiempo que pasa en la novela con el tiempo que pasa mientras la lees. Por cierto, el castillo está en Maqueda (Extremadura), pero ya no alberga ningún cuartel.

Lo que me ha gustado, además de que en una novela de la guardia civil se hable más de las mujeres que de ellos, aunque también, es que este hombre tenía un estilo rozando la poesía, con unas frases exquisitas.

Y el sol, ese sol que cae a plomo durante toda la novela típico de un día de verano en Extremadura, también es protagonista sin quererlo de la obra.

Ya la introducción (no leerla hasta después de haber leído el libro porque te destripan el final, lo único que como yo intenté no memorizar los nombres no me afectó) es buenísima, te explica todo esto mezclándolo con la filosofía existencialista en el que el espacio-tiempo de la vida en el castillo casa-cuartel se convierte en metáfora universal de la existencia humana y a mí que estoy leyendo aparte El segundo sexo de Simone de Beauvoir pues me ha gustado.



«La lejanía era impenetrable y vacía como una carta para alguien que no supiera leer».

«Sobre la muralla, sobre los muchachos, alzó el hombre la mirada observando el vuelo de un azor. Alto volaba el ave y alto estaba el sol. Pesaba el mediodía de la meseta. Las doce, con las dos agujas, el fusil y el hombre, unidas, sin sombra».

«La colina. El caserón. La mañana. La colina, el caserón y la mañana formaban un todo agrio y gris, dulce y fulgurante. Por la colina, hacia el caserón traqueteaba la tartana rompiendo la calma de la mañana».

«La soledad frente al mundo era un problema de cobijo. De cobijar la mirada en alguien capaz de ofrecer un refugio amoroso, de cobijar sonrisa, el gesto, la preocupación, la enfermedad».

«Pasaba de la sombra a la luz, se balanceaba entre lo que se imaginaba y quería creer, y lo que le habían comunicado como realidad y no quería creer».



Leedlo. No os defraudará.