Confesiones de una máscara de Yukio Mishima
La guerra nos había enseñado un modo de crecer bastante sentimental. Se debía a que creíamos que nuestras vidas acababan a los veinte años y a que, a partir de entonces, no había que pensar en nada. La vida se nos antojaba algo extrañamente volátil, como si nuestras vidas cortadas a los veinte años fueran lago salados en la superficie de cuyas aguas, cada vez más salobres, flotarían nuestros cuerpos
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