Laidlaw de William McIlvanney
[...] lo que quiero decir es que la monstruosidad está hecha de falsa sofisticación. No tienes una sin la otra. No hay hadas ni monstruos. Solo personas. ¿Sabes dónde se encuentra el horror de este tipo de crímenes? Es el impuesto que pagamos por la irrealidad en que elegimos vivir. Es miedo a nosotros mismos.
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