Soledad de Víctor Català
Nada más detenerse, bajó devotamente los párpados, alargó el cuello y con un gemidito de felicidad ofreció primero una mejilla, y luego la otra, al sol como pidiendo que la besase. Y el sol la besó largamente, recreándose en sus frescas mejillas, en su aterido y abrigado cuerpo.
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