Una venganza mortal de V. E. Schwab
(…) no necesitaba café, como tampoco necesitaba comer ni dormir, pero algunos hábitos eran psicológicos. La taza humeante era un mínimo cambio en un mundo estático. Una concesión, una pieza de utilería, pero le permitía simular, incluso durante un momento, que seguía siendo humano.
|