Una educación de Tara Westover
La distancia —física y mental— recorrida en los últimos diez años casi me dejó sin respiración y me pregunté si quizá no habría cambiado demasiado. Los estudios, las lecturas, la reflexión, los viajes, ¿no me habría transformado todo eso en una persona que ya no pertenecía a ningún sitio? Me acordé de la niña que, sin conocer nada más allá de su desguace y su montaña, se había quedado con la vista clavada a una pantalla contemplando cómo dos aviones se estrellaban contra unas extrañas columnas blancas. Su aula era un montón de chatarra. Sus libros de texto, pizarras de desecho. Y aun así ella poseía algo valioso que yo —a pesar de todas las oportunidades de la que disponía, o quizá debido a ellas— no tenía.
|