Una educación de Tara Westover
Mi madre siempre había afirmado que podíamos ir a la escuela si queríamos. Tan solo teníamos que pedir permiso a papá, decía. Luego podríamos ir. Sin embargo, no pedí permiso. En la severidad del rostro de mi padre, en el suspiro quedo de súplica que exhalaba todas las mañanas antes de comenzar la plegaria de la familia, había algo que me inducía a creer que mi curiosidad era una obscenidad, una ofensa a cuanto él había sacrificado para criarme. |