El infierno de Gabriel de Sylvain Reynard
TAN GENTIL Y TAN HONESTA LUCE mi dama cuando a alguien saluda, que toda lengua temblando enmudece, y no se atreven los ojos a mirarla. Ella pasa, sintiéndose alabada, benignamente de humildad vestida; pareciera ser algo venido del cielo a la tierra a mostrar un milagro. Se muestra tan agradable a quien la mira, que por los ojos procura al corazón gran dulzura, incomprensible para quien no la experimenta. Y parece que de sus labios surgiera un espíritu suave de amor pleno que al alma va diciendo: ¡Suspira! |