La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
El autocontrol. La corrección era constante. Se podía rastrear perfectamente la relación causa-efecto: cuantos más oyentes había, más estéril, más imposible era la narración. Mesuraban cada palabra, ajustándola al "como es debido·". Lo horrible se volvía sublime; y lo oscuro e incomprensible del ser humano, explicable. De pronto, me encontraba en el desierto del pasado, donde solo había monumentos. Los actos heroicos. Orgullosos e impenetrables.
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