Érase una vez un corazón roto de Stephanie Garber
(…) todavía tenía la capacidad de pensar. Aunque, a veces, esa capacidad le hacía daño. Normalmente ocurría después de días de nada infinita, cuando creía que por fin sentía algo. Pero nunca era lo que quería. Nunca era calidez en su piel, un hormigueo en los dedos de los pies u otra persona tocándola para que supiera que no estaba totalmente sola en el mundo. Habitualmente solo era la flecha de su corazón roto, o una punzada de arrepentimiento.
|